martes, 5 de marzo de 2013

España Invertebrada. Segunda Parte. El imperio de las masas.

En el anterior post comentábamos como Ortega, para localizar el foco del profundo problema  que España padece y superar el particularismo que atrofia nuestras funciones espirituales, partía de un ejemplo preciso de esa deformación, es decir, partía del análisis del tópico: “Hoy no hay hombres” -en España se entiende-.  El filósofo madrileño nos mostraba en su análisis cómo la relación entre la “masa” y “los hombres” –individuos directores-  que se desprende de dicha expresión popular -aun sin ir ésta mal encaminada-, encierra un equívoco y un error de dependencia. Ortega consideraba que en una nación decadente como  España, las masas no quieren ser masas, sino que cada miembro de la masa se cree personalidad directora y descarga sobre todo el que sobresale –en definitiva, sobre la excelencia- todo su odio, necedad y envidia. Es por ello por lo que para justificar su ineptitud la masa afirma que no hay “hombres”. De acuerdo con Ortega, el entusiasmo de las masas no depende de la valía de los hombres directores, sino que ocurre todo lo contrario: el valor social de los hombres directores depende de la capacidad de entusiasmo que posea la masa. Es decir, “Los hombres” son propiamente una creación efusiva de las masas entusiastas. O lo que es lo mismo, esa “hombría” a la que la masa se refiere, no consiste en las capacidades o talento del individuo –del hombre-, sino en las que la masa pone sobre ciertas personas elegidas. Porque por más talento o genio que tenga un individuo a nivel particular  en la esfera de su privacidad-  ello no se traduce necesariamente en eficacia, esto es, en una influencia pública relevante. Es la masa con su entusiasmo la que la otorga. Por tanto a continuación, sin abandonar ésta cuestión, dedicaremos la entrada a proseguir con el análisis que de las masas lleva a cabo el autor.
Una nación es una masa humana organizada y estructurada por una minoría de individuos selectos. Ortega considera que ésta es una verdad que se refiere a un estrato de la realidad histórica mucho más profundo que aquel dónde se agitan los problemas políticos .La forma jurídica que una nación adopte, por más democrática  -incluso comunista- que ésta sea, su constitución transjurídica  -es decir, viva-  consistirá siempre en la acción dinámica de una minoría sobre una masa. Se trata de una ineludible ley natural. En toda agrupación humana se produce espontáneamente una articulación de sus miembros según la diferente densidad vital que poseen  -análogamente ocurre en física con la ley de densidades de los cuerpos, utilizando de nuevo el autor, una de sus ya habituales comparaciones con leyes físicas, como es el caso,  y también con procesos biológicos-. De hecho, esto se observa en la forma más simple de sociedad: la conversación entre varias personas. Así lo ejemplifica Ortega: “Cuando seis hombres se reúnen para conversar, la masa indiferenciada de interlocutores que al principio son, queda poco después articulada en dos partes, una de las cuales dirige en la conversación a la otra, influye en ella, regala más que recibe. Cuando esto acontece, es que la parte inferior del grupo se resiste anómalamente a ser dirigida, influida por la porción superior, y entonces la conversación se hace imposible.España Invertebrada. Por tanto, cuando en una nación la masa se niega a ser masa, esto es, a seguir a la minoría directora, la nación se deshace, la sociedad se desmembra y sobrevive el caos social... sobreviene la invertebración histórica. Un caso extremo de esta invertebración estamos viviendo ahora en España afirma Ortega –se refiere de nuevo a la época en la que escribe la obra.-
El filósofo madrileño con este ensayo trata de corregir la miopía que usualmente se padece a la hora de mirar los fenómenos sociales e históricos, consistente en creer que éstos son los fenómenos políticos, y que por tanto, los males sociales e históricos de una nación son males políticos. Claro está que lo político es el escaparate de lo social y de lo histórico, es lo que siempre salta a la vista en primer lugar, pero no es más que la punta del iceberg  -ahora bien, ello no significa que no haya específicamente problemas políticos, que los hay; o que todo problema político tenga siempre su raíz en uno social y/o histórico-. Entonces, y de acuerdo con Ortega, cuando el problema es político, no es nunca grave, es decir: cuando en una nación lo que está mal es la política puede decirse que nada está muy mal, pero en España por desgracia, lo que está mal de verdad no es tanto la política  -aunque  también lo está ya que es un reflejo del estado social e histórico-, como la sociedad misma, es decir, el corazón y la cabeza de casi todos los españoles.
Ahora bien, como ya hemos señalado anteriormente, Ortega trata de localizar el foco de la enfermedad española, pero para realizar tal tarea, previamente debe señalar en qué consiste ese mal. Prensa -medios de comunicación- y Parlamento dirigen la atención del ciudadano hacia los delitos circunscritos en lo que se llama “INMORALIDAD PÚBLICA”  -es aquello  que actualmente denominamos como corrupción “política”/"pública- como la causa de nuestra progresiva descomposición. El autor no duda de que padezcamos una abundante dosis de “inmoralidad pública”, pero piensa, que al mismo tiempo un pueblo con esa enfermedad podría pervivir, incluso progresar y crecer, tan sólo hemos de dirigir nuestra mirada por ejemplo, a E.E.U.U durante los últimos 50 años. Sin embargo y lamentablemente, la enfermedad española es mucho más grave que la “inmoralidad pública” que evidentemente se da, y que aun estando muy presente en nuestra sociedad, no implica crecimiento alguno. No obstante, peor que tener una enfermedad es ser una enfermedad, y esa enfermedad se llama España. España es el problema piensa Ortega y Gasset. Que una sociedad sea inmoral o contenga inmoralidad es grave, pero que una sociedad no sea una sociedad es mucho más grave. Este es nuestro caso, la sociedad española se está disociando desde hace mucho tiempo porque tiene infectada la raíz misma de la actividad socializadora.
El hecho primario social es la organización en dirigidos y directores de un montón humano. Esto supone en unos, cierta capacidad para dirigir, y en otros, cierta facilidad íntima para dejarse dirigir[1]. En suma: dónde no hay una minoría que actúe sobre una masa colectiva y una masa que sepa aceptar el influjo de una minoría, no hay sociedad, o se está muy cerca de que no la haya. Así, de este modo, en España vivimos entregados al imperio de las masas.[2] Ortega representa con un acertado ejemplo este fenómeno mortal de insubordinación de las masas contra toda minoría eminente, y que se manifiesta con tanta mayor exquisitez cuanto más nos alejamos de la zona política: “Así el público de los espectáculos y conciertos se cree superior a todo dramaturgo, compositor o crítico, y se complace en cocear a unos y otros. Por muy escasa discreción y sabiduría que goce un crítico, siempre ocurrirá que posee más de ambas calidades que la mayoría del público. Sería lo natural que ese público sintiese la evidente superioridad del crítico y, reservándose toda la independencia definitiva que parece justa, hubiese en él la tendencia de dejarse influir por las estimaciones del entendido. Pero nuestro público parte de un estado de espíritu inverso a éste: la sospecha de que alguien pretenda entender de algo un poco más que él, le pone fuera de sí”. España Invertebrada. En España, dondequiera que estemos siempre asistimos al deprimente espectáculo de que los peores, que son los más, se revuelven frenéticamente contra los mejores. ¿Cómo va a haber organización en la política española si no la hay ni siquiera en las conversaciones? se pregunta Ortega.
El filósofo madrileño piensa que España se arrastra invertebrada, no ya en su política, sino en lo que es más hondo y substantivo que la política, en la convivencia social misma, dejando así de funcionar los mecanismos e instituciones que integran y “articulan” la máquina pública hasta que sobrevenga un definitivo colapso histórico. Por tanto, de este modo, no habrá ruta posible para salir de tal situación porque, negándose la masa a lo que es su biológica misión, esto es, seguir a los mejores, no aceptará ni escuchará las opiniones de éstos, y sólo triunfarán en el ambiente colectivo las OPINIONES DE LA MASA, siempre inconexas, desacertadas y pueriles. Dadas por terminadas –por el momento-  las consideraciones acerca de las masas, Ortega en el próximo punto abandona brevemente su análisis de España para tratar unas serie de disquisiciones de distinta índole -y que hemos de considerar como un paréntesis, en el transcurso de la exposición periódica de las ideas cardinales de la obra-, pero que también son de suma importancia para su propósito inicial, e indiscutiblemente cruciales para una adecuada comprensión del concepto de “Los mejores”, esto es, de los hombres mejores, de la excelencia.
Próximo post: Épocas “Kitra” y épocas “Kali”.






[1] Ortega afirma que, el lector más adelante podrá comprobar que no se trata exclusivamente, ni siquiera principalmente, de directores y dirigidos en el sentido político; esto es, de gobernantes y gobernados. El autor insiste en que lo político es sólo una faceta de lo social.
[2]  Ahora bien, que no veamos en la calle motines, asaltos y altercados no significa que no haya un dominio de las masas; una revolución callejera significaría sólo el aspecto político que toma, a veces, el imperio de una masa social determinada: la proletaria. Ortega se refiere a un dominio más radical, profundo, difuso y omnipresente, y no es de una masa social, sino de todas, pero especialmente de las poderosas: la clase media y superior; que por muy media y alta que sean, no dejan de ser  “masas”. No confundamos aquí “masa” con “proletariado”.