martes, 7 de mayo de 2013

España Invertebrada. Apéndices II: [Región, Nación, Estado].

En esta entrada etiquetada como apéndices II, nos disponemos a exponer, ahora sí, el primer apéndice de “España Invertebrada” titulado: “REGIÓN, NACIÓN, ESTADO”[1]. Sin añadir más por mi parte, antes de entrar de lleno en las ideas que en él aparecen, simplemente me limitaré a subrayar la importancia de las mismas para la clarificación conceptual de un  grave equívoco, que ha supuesto un lastre histórico, a tenor de lo visto en la obra de Ortega. A continuación, veamos cual es la relación conceptual, de acuerdo con el filósofo madrileño, entre Región, Nación y Estado.
Ortega piensa que una de las cosas más útiles para el inmediato porvenir español, es renovar la meditación sobre el hecho regional. De la idea de región -tan clara y fértil- se hizo un “regionalismo” arbitrario y confuso. Fue arbitrariedad y confusión mezclar el simple hecho regional con uno de los conceptos más problemáticos que existen en el conjunto de las nociones sociológicas: LA NACIÓN. Se entendió la región como nación. Primera confusión. Ahora bien, la pregunta que se hace el filósofo madrileño es: ¿Quién, hablando en serio y rigurosamente, cree saber lo que es una nación?”. A esta confusión se añadió una mayor: se dio por cierto que a la idea de nación va anejo como atributo jurídico esencial, la de Estado, esto es, la de soberanía separada. Toda esta turbia ideología ha entorpecido el desarrollo del hecho regional y su aprovechamiento para una nueva forma de vida pública en España. De la idea de región, se saca mayor provecho reteniéndose en sus límites y recogiéndose hacia dentro de ella. Ortega y Gasset denuncia el viejo regionalismo. Es decir, cree que puede surgir un nuevo regionalismo consistente en que, por ejemplo, vascos, catalanes, gallegos…o cualesquiera, abandonen la creencia, tan falsa como ingenua de que; basta con que exista una cierta peculiaridad étnica, un cierto modo de ser corporal y moral para tener derecho a constituir un Estado. Ahora bien: ¿Por qué piensa así el autor?
En primer lugar, porque no existe un derecho a ser Estado, ni siquiera existe el principio del que quepa derivarlo y atribuirlo en justicia;  porque de existir ese principio, sería totalmente opuesto a lo que el nacionalismo regionalista suponía. Este cae en contradicciones importantes. Es decir, si la nación algo medio claro significa, es: comunidad de sangre y de las inclinaciones que la sangre transmite. No obstante, piensa Ortega, por más vueltas que le demos a los conceptos de “Soberanía” y “Estado”, no hallamos en ellos la menor referencia a la comunidad sanguínea. Lejos de eso, la convivencia estatal, la unidad civil soberana radica en la voluntad histórica de convivir y no en la fatalidad biológica. El origen del Estado y su desarrollo ha consistido siempre en la unión política de grupos humanos étnicamente desunidos. De este modo, el filósofo madrileño afirma que: “Mientras se siga amparando la decrépita y vaga doctrina que ve en el Estado una última amplificación de la familia y en ésta  una especie de Estado germinal  y nativo, no se entenderá nada del proceso histórico efectivo. España Invertebrada.  De acuerdo con él, el Estado nace siempre antes que la familia, ahora bien, si por familia se quiere entender sólo el grupo zoológico de padres e hijos, es preciso decir que el Estado ha nacido en oposición a la dispersión de las unidades familiares y sanguíneas, obligando a éstas a una unidad superior trans-zoológica, que trascienda la disociación étnica -de hordas, pueblos, razas-.
Por ello, el nuevo regionalismo debería invertir los términos de la cuestión. Dada la diferencia étnica evidente - Galicia, País vasco, Cataluña… por citar los más significativos- no deben preguntarse qué derechos políticos les corresponde, sino al revés, cómo puede aprovecharse en beneficio del Estado esa diferencia, precisamente por ser diferencia. Así se completaría la idea de Estado en lugar de anularla. Si el Estado es el principio de la unidad –jurídica-, en lo heterogéneo –biológico-, el regionalismo es el principio que subraya la fecundidad de lo heterogéneo dentro de aquella unidad. Para el regionalista antiguo, la heterogeneidad de fuerzas étnicas dentro de un Estado es un mal. Sin embargo, la diferencia entre las almas regionales es una magnífica riqueza para el dinamismo del Estado, riqueza que es preciso aprovechar políticamente. Ahora bien,  considera el filósofo madrileño, nuestro Estado es un ente abstracto, como fraguado por generaciones muy geométricas: es un Estado en que sólo se afirma la dimensión de la unidad sin más modelado, relieve y calificación. Una unidad pobre, sin articulaciones ni interna variedad.
Próximo post: Apéndices III: El poder social. [El caso de España]. Artículo I. [El político].

[1] [Prólogo al libro Una punta de Europa (Madrid,1927) de Victoriano García Martí.]