viernes, 8 de mayo de 2015

El fundamentalismo democrático. Ejemplos: Europeísmo.



Con este ejemplo de corrupción, o mejor dicho, de “perversión ideológica” recogido en el capítulo titulado “Europeísmo” daremos por concluida la exposición de la segunda parte de la obra de Gustavo Bueno dedicada a concretar las tesis de la primera parte –aunque, como ya se mencionó anteriormente, no hemos incluido todos los ejemplos que aparecen en  el libro-. Como es obvio, el hecho que el autor analice en la obra la democracia española actualmente, implica inevitablemente el tratamiento del contexto geopolítico y económico –y todo aquello que de ahí se deriva- en el que estamos inmersos, esto es: la Unión Europea.  Ahora bien, la corrupción ideológica respecto a esta cuestión, y a la que se referirá a continuación el profesor Bueno, queda muy bien recogida con el término “europeísmo”.

El término “europeísmo” es un término que designa una ideología -o nematología- caracterizada por estar organizada en torno a la idea de Europa, en cuanto valor, si no supremo, sí en el primer escalafón de la jerarquía de valores tomada como referencia. Con el término “humanismo” sucede exactamente lo mismo, pero en torno a la idea de Hombre. Estas ideologías se definen tanto por lo que defienden como por lo que rechazan. Ahora bien, ambas ideologías no se excluyen, a pesar de que haya diferencias, de hecho casi siempre hay alguna intersección entre ellas. Es decir, hay muchos tipos de ideologías europeístas al igual que humanistas –compatibles e incompatibles las unas con las otras, incluso entre ellas mismas-. Los europeísmos actualmente se proclaman a la vez humanistas, pero eso no tiene por qué ser siempre así, al igual que el humanismo no tiene por qué ser siempre europeísta.

 Es por ello por lo que, dichos términos, para determinar la clase a la que pertenecen, siempre aparecen adjetivados –por ejemplo, humanismo cristiano, pagano, budista, musulmán, socialista, marxista, positivista, socialdemócrata-krausista…- No obstante, en el caso del término “europeísmo” aunque también está afectado de hecho por alguna determinación precisa, no suele ser adjetivado, sugiriendo de esa forma, que quien utiliza el término considera con cierta subjetividad o ingenuidad que el significado que él le atribuye es el único y/o auténtico. Por ejemplo, respecto a tipos de europeísmo, podríamos hablar de un europeísmo cristiano mantenido hasta nuestros días por los partidos democratacristianos, el europeísmo de signo francés (a veces franco-alemán) cuando toma el signo de la Ilustración, el de Napoleón,  el europeísmo germánico de Bismarck, del káiser Guillermo II[1] y de Hitler –la Europa nazi-, y el europeísmo sublime de Husserl o de Ortega[2]. Y por último, por supuesto, también está el europeísmo unionista, concebido principalmente en el terreno tecnológico[3] como europeísmo económico-político.  Un claro ejemplo de este tipo es el del Mercado Común Europeo en 1981, pero que en el terreno ideológico continuó asumiendo los principios de la Europa sublime y humanística (Tratado de Maastrich de 1991, Proyecto de Tratado por el que se establece una Constitución Europea en 2004).

De acuerdo con el profesor Bueno, el mejor modo de estudiar el surgimiento de algunos de estos europeísmos en España es analizar su proceso de polarización entre aliadófilos y germanófilos, que tuvo lugar a raíz de la Primera Guerra Mundial. El rasgo característico del europeísmo vigente –a secas, sin adjetivar- es la confusión culpable e ingenua de los europeísmos más diversos. Confusión obligada por la convivencia democrática en el Parlamento Europeo, de las corrientes europeístas más opuestas o incluso incompatibles, y no solo en función de los intereses de los Estados socios, sino también de los partidos políticos enfrentados tanto nacional como internacionalmente. Por tanto, el europeísmo vigente, en tanto que europeísmo confuso, vago e impreciso en el plano relativo al significante, es un claro síntoma de corrupción ideológica. Porque quienes utilizan el mismo término “europeísmo”, ambiguamente están haciendo creer y lo que es peor, creyéndolo sinceramente, que en el fondo dicen lo mismo, cuando en realidad utilizan significados diferentes, incluso incompatibles.  

Esa confusión aparece en el plano ideológico, mientras que en el plano tecnológico el asunto es mucho más claro, evidente y definible: mantener el statu quo para que una pléyade de parlamentarios europeístas y euroburócratas continúen disfrutando de sus legales y apetitosas retribuciones. En este punto al autor le interesa subrayar que, la corrupción que atribuye en el terreno ideológico al europeísmo vigente es una corrupción específicamente democrática en sentido genético –esto es, un tipo de corrupción que solo en una democracia parlamentaria puede prosperar-.[4] Ahora bien, respecto a la relación del mencionado europeísmo y España, que es el asunto que nos ocupa,  la pregunta que se hace Bueno es la siguiente: ¿Por qué quiere España entrar no ya en Europa, sino en la Unión Europea?

La democracia española de 1978 manifestó desde sus inicios una clara vocación “europeísta”. Como en muchas otras cosas continuó las orientaciones del régimen de Franco, que intentó a toda costa ingresar en la CEE. [5] No es fácil discernir los motivos que impulsaban a España a ingresar en el Mercado Común y, a continuación, en la Unión Europea. La entrada no fue sencilla, especialmente por la negativa de muchos aliados pretextando la condición no democrática del régimen, aun cuando muerto Franco y promulgada la Constitución del 78, tuvieron que pasar casi diez años para que en 1986 España ingresara en la OTAN y en la CEE. De acuerdo con Gustavo Bueno, las razones que se daban no solo en la época de Franco, sino también en la época anterior a 1986, ya en “democracia homologada”, se tomaban, no solamente del terreno ideológico –el de la Europa sublime, esto es, el hecho de que España, desde siempre, incluyendo la época de la Hispania romana  y la época del imperio de Carlos V,  había formado parte de la civilización occidental en el territorio europeo-, sino también del terreno económico –España no puede desvincularse de los mercados europeos con los que mantiene la mayor parte de sus transacciones- y, sobre todo del terreno político, en concreto de la política partidista.

En la época de Franco la entrada de España en Europa se veía como un modo de amparar el aislamiento al que los vencedores de la Segunda Guerra Mundial la sometieron, por lo que tenía de reliquia de fascismo. En la época de la democracia, tanto los socialdemócratas como los democratacristianos –aunque éstos últimos mutatis mutandis[6]- pensaban que la entrada en el Mercado Común afianzaba sus respectivas posiciones en el Parlamento con el apoyo de los gobiernos europeos de su mismo signo político. “Dicho de otro modo: el europeísmo de todos encubría las diferencias y la diversidad de motivos que impulsaban a cada cual. Y esa confusión y oscuridad quedaba disimulada por la claridad que parecía emanar del terreno ideológico, por la luz que proyectaba la idea de la “Europa sublime”. El fundamentalismo democrático. La oscuridad más tenebrosa se producía en el momento de la identificación entre el “ingreso en el Mercado Común Europeo” –posteriormente Unión Europea-  y el “ingreso en Europa”, porque no son lo mismo. El europeísmo español fue siempre, tal y como apunta Bueno, una idea oscura y confusa, producto de la confusión de la maquinaria lógica cuando tenía que hacer confluir las diferentes corrientes del europeísmo. Y la confusión se hizo irreversible cuando la propia Unión Europea, como proyecto consumó en el Tratado del año 2005[7], identificándose de ese modo, intencionalmente, la Europa sublime y la Europa económico-política.

Ahora bien, respecto a la relación entre Europa y la Soberanía de España, cabe decir que la Unión Europea es actualmente, solo un proyecto, que podría dejar de serlo algún día. Es más, ese proyecto es imposible si pretende ir más allá de una unión mercantil, aduanera y monetaria, incluso si pretende ir más allá de una confederación de naciones políticas soberanas – ya que según el artículo 60 del Proyecto, no pueden ceder su soberanía, puesto que pueden marcharse cuando quieran-. La Unión Europea no puede alcanzar la condición de un Estado federal, ni menos aún la de un Estado unitario, porque esta condición es incompatible con la realidad histórica y actual de cada uno de los socios. Esto lo saben todos los parlamentarios y todos los funcionarios euroburócratas, aunque necesitan disimularlo y llegar a creerse lo contrario para poder convivir. Para ello necesitan tener puesta su mente en la idea de una Europa sublime.

Pero, ¿Qué ocurriría si la España democrática se saliera de la Unión, o, por lo menos, de alguna de sus instituciones tan particulares como por ejemplo: el euro o los tribunales de justicia de Estrasburgo? De acuerdo con Gustavo Bueno, el camino recorrido desde Maastrich hasta aquí es irreversible, pero ello no significa que ello implique un destino manifiesto. Habría que tener en cuenta las alternativas que quedan encubiertas precisamente por una ideología corrompida. No obstante, ha sido en el terreno de la política estricta y no tanto en el de los beneficios económicos en el que España ha obtenido de Europa, por ejemplo, autopistas, puertos, trenes de alta velocidad…sin olvidarnos de los perjuicios que también ha implicado el estar en la Unión, hundimiento de la siderurgia, de las industrias lácteas, de los productos pesqueros, minería…o por ejemplo la directiva del año 2000 según la cual todos los Estados de la Unión debían tener un 30 por ciento como mínimo de su mercado liberalizado, directiva que impediría que un Estado como España tuviese las manos libres para su política de nacionalizaciones o desnacionalizaciones de las grandes empresas. Ahí es donde se pueden constatar los efectos de merma que la soberanía española ha experimentado como consecuencia de su ingreso en la Unión Europea. Por tanto y, en relación al post anterior, el Estado español se encuentra en pleno proceso de desintegración por el traspaso masivo de sus competencias no solo a las comunidades autónomas, sino también a la Unión Europea. 

“Si el europeísmo está corrompiendo a la democracia española es porque está mermando poco a poco su soberanía, no solo en la teoría, sino en la práctica. Porque los ciudadanos españoles cada vez tienen menos intervención en las normativas que les llegan impuestas desde Europa (desde una Europa en la cual “el pueblo” solo puede participar a través de representantes interpuestos de segundo, tercer o cuarto orden).” El fundamentalismo democrático. De este modo, está claro que cuando las competencias básicas del Estado están de hecho transferidas a unos lejanos organismos que son los que imponen a una democracia como la española las decisiones más importantes, entonces se puede decir, que muchas de ellas ya no están controladas, al menos en muchas de sus líneas generales, por los partidos políticos que canalizan al electorado, al “pueblo soberano”. Y en ese sentido, Gustavo Bueno, considera que se ha corrompido la estructura básica formada por las competencias que definen al Estado. Cualquiera que salga elegido en los comicios tendrá que seguir cumpliendo las instrucciones que le marca una autoridad, controlada por el juego de fuerzas de los representantes de tercer o cuarto grado. Juego en el que tienen todas las de ganar, como es lógico, las grandes potencias, como Francia, Alemania e Inglaterra, pero no España.

Próximo post: Conclusiones: La democracia no muere por la corrupción; solamente hiede. Parte I.





[1] Guillermo II de Alemania (Friedrich Wilhelm Viktor Albrecht von Hohenzollern; Berlín, 27 de enero de 1859-Doorn, 4 de junio de 1941) fue el último emperador o káiser del Imperio alemán y el último rey de Prusia. Gobernó entre 1888 y 1918. Fue el hijo primogénito de Federico III y de la princesa del Reino Unido Victoria. Fue proclamado káiser tras el breve reinado de su padre. Es asociado a la Primera Guerra Mundial y el imperialismo europeo.

[2] Edmund Husserl(Prossnitz, 8 de abril de 1859-Friburgo, 27 de abril de 1938), filósofo moravo, discípulo de Franz Brentano y Carl Stumpf, fundador de la fenomenología trascendental y, a través de ella, del movimiento fenomenológico, uno de los movimientos filosóficos más influyentes del siglo XX y aún lleno de vitalidad en el siglo XXI. De hecho Influyó en José Ortega y Gasset (Madrid, 9 de mayo de 1883ibídem, 18 de octubre de 1955) que fue un filósofo y ensayista español, exponente principal de la teoría del perspectivismo y de la razón vital (raciovitalismo) e histórica

[3] Para más información léase la entrada dedicada a los momentos tecnológico –o técnico- y nematológico -o ideológico-.

[4] Gustavo Bueno considera que sería absurdo buscar ese tipo de corrupción en un europeísmo de signo napoleónico o nazi, y no porque éstos estuvieran libres de corrupción, sino porque sus corrupciones específicas serían de otra índole.

[5] El régimen de Franco, como es sabido, antes de finalizar la Segunda Guerra Mundial, se había inclinado por los aliados, sin perjuicio de la División Azul. De hecho, cuando Franco vio muy incierta la victoria de Alemania comenzó a establecer contactos con los aliados, que en definitiva, le ampararon  durante la Guerra Civil española como instrumento imprescindible para frenar en España al imperialismo soviético.

[6] Es una locución adverbial que significa: Cambiando lo que se deba cambiar”.

[7] El llamado Tratado por el que se establece una Constitución para Europa, más conocido como Constitución Europea o Tratado Constitucional, cuyo proyecto había sido aprobado el 18 de junio de 2003, lo firmaron en Roma los jefes de gobierno de los países que forman la Unión Europea a 29 de octubre de 2004.