martes, 26 de febrero de 2013

España Invertebrada. Segunda parte. La ausencia de los mejores. ¿No hay hombres o no hay masas?

Para comenzar con la exposición de la segunda parte de “España Invertebrada” cuyo título reza: “La ausencia de los mejores”, hay que  insistir en que dicha parte se antoja fundamental para la correcta comprensión de la obra. Es la parte clave del análisis de ese problema llamado España. Como el lector puede apreciar, el título sugiere claramente la dirección que tomará Ortega y Gasset en la misma, y nosotros por ende en las próximas entradas, pero que por lo pronto no vamos a desvelar, sino que dejaremos en el aire varias cuestiones: ¿Por qué el autor habla de la ausencia de los mejores?, ¿En qué sentido lo afirma?, ¿Quiénes son y dónde están "los mejores"?. No obstante,  antes de adentrarnos de lleno en dicha parte con el primer post: ¿No hay hombres o no hay masas?, nos parece totalmente pertinente como piedra de toque, presentar una sinopsis de la primera parte de la obra: “Particularismo y acción directa”.
 En esa primera parte, Ortega ha intentado sugerir que la actualidad pública de España –refiriéndose a la época en la que escribe la obra-  se caracteriza por un imperio casi exclusivo del PARTICULARISMO y la táctica de la ACCIÓN DIRECTA que le es aneja. A este fin, convenía partir, como del hecho más notorio, del separatismo Catalán y Vasco. Ahora bien, Ortega no ve en el catalanismo y el bizcaitarrismo síntomas alarmantes por lo que de positivo y singular hay en ellos  hábitos y prácticas propias y singulares-, sino por lo que de negativo y común hay en ellos, a saber: al gran movimiento de desintegración que empuja la vida de toda España. Por ello nuestro autor mostraba que estos separatismos de ahora no eran más que la continuación de un progresivo desprendimiento territorial sufrido por España durante tres siglos, y no una especie de tumor surgido de repente en el “cuerpo español”. Por último, convenía destacar la unidad que existe entre el particularismo regional o territorial y el de las clases, grupos y gremios.
 En la primera parte de la obra  ha quedado patente que España padece una grave enfermedad. Ahora bien, para señalar el mal profundo que aqueja España es necesario superar el aislamiento y la limitación del individuo, grupo y región -esto es, el fuerte particularismo existente-; razones por las cuáles nuestras funciones espirituales están atrofiadas y no funcionan como las de los pueblos sanos, en los que el alma individual se emplea en la creación o recepción de grandes proyectos, ideas y valores colectivos. Por tanto, para localizar el foco de tal problema, Ortega va a partir como ejemplo curioso de esta atrofia, de un tópico muy extendido y aparentemente inocente -pero que lo dice todo acerca de nuestro carácter como pueblo-. El tópico referido es el dicho popular: “HOY NO HAY HOMBRES EN ESPAÑA”.  Efectivamente, decir eso implica suponer que antes sí los hubo –hombres en España-, es decir, el tópico muestra una comparativa entre el ayer y el hoy –época en la que Ortega escribe la obra-. Y el ayer es la “supuesta” época feliz de la Restauración y La Regencia en la que todavía había “hombres”. Ahora bien, ese período de la historia de España es desgraciadamente la hora de mayor declinación en los destinos étnicos de España, y por tanto,  evidentemente, carecía de grandes figuras  -especialmente comparado con otros países-.
Respecto a ello Ortega considera que en casi todas las disciplinas y ejercicios hay hoy españoles tan buenos, si no mejores, que los de ayer, aunque si bien es cierto, tan pocos hoy como ayer. Es decir, que en España ha habido grandes hombres en numerosas y diferentes épocas, no hay que ponerlo en duda, pero éstos han sido muy escasos. Y los que han tenido un nivel óptimo -que son y han sido muchos-  no son mucho mejores los de ayer que los de hoy. Ahora bien, de acuerdo con el autor el tópico no anda tan mal encaminado, es decir: que ayer había  “HOMBRES” y hoy no. El filósofo madrileño piensa que la “HOMBRÍA” que sin darse cuenta echa de menos la gente hoy, no consiste en las capacidades o dotes que la persona posee, sino precisamente en las que la masa, el público, la muchedumbre… pone sobre ciertas personas elegidas.  Por tanto la hombría no estaba en esas personas, sino que estaba en torno a ellas, era como una mística aureola que los circundaba proveniente de su representación colectiva. Las masas habían creído en ellos y los habían exaltado, y este respeto multitudinario aparecía condensado en la figura de su mediocre personalidad –cosa por cierto, muy común en este país-.
Por tanto, atendiendo a ello, podemos decir que Ortega considera que: lo que califica más certeramente a un pueblo y a cada época de su historia es el estado de las relaciones entre la masa y la minoría directora. La acción pública  -política, intelectual, educativa…- es de tal carácter que, un individuo por sí solo, por muy genio que sea, no puede ejercerla eficazmente. La influencia pública o social emana de energías muy diferentes de las que actúan en la influencia privada que cada persona pueda ejercer sobre otra. Es decir, la genialidad y el talento son una cuestión individual, privada; sin embargo un hombre nunca podrá ser eficaz –influyente- por sus cualidades individuales, esto es, por su genialidad y talento, sino por la energía social que la masa haya depositado en él. Sus talentos personales fueron sólo el motivo, el pretexto para condensarse en él ese dinamismo social. De hecho Ortega -ejemplificándolo de un modo muy ilustrativo- afirma que: “Así, un político irradiará tanto de influjo público cuanto sea el entusiasmo y confianza que su partido haya concentrado en él. Un escritor logrará saturar la conciencia colectiva en la medida que el público sienta hacia él devoción. En cambio, seria falso decir que un individuo influye en la proporción de su talento o de su laboriosidad. La razón es clara: cuanto más hondo, sabio y agudo sea un escritor, mayor distancia habrá entre sus ideas y las del vulgo, y más difícil su asimilación por el público. Sólo cuando el lector vulgar tiene fe en el escritor y le reconoce una gran superioridad sobre sí mismo, pondrá el esfuerzo necesario para elevarse a su comprensión”. España Invertebrada.
No obstante, y de acuerdo con el filósofo madrileño, dado que nos encontramos en un país como España, dónde la masa es incapaz de humildad, entusiasmo y adoración a lo superior, se dan todas las probabilidades para que los únicos personajes públicos influyentes sean los más mediocres e imbéciles, los más asimilables. Aunque utiliza el ejemplo de escritores y políticos, considera que lo mismo podríamos decir de cualquier profesión al nivel que sea. Pero, y he aquí lo más interesante, lo propio acontece con el PÚBLICO piensa Ortega:Si la masa no abre, ex abundantia cordis  , por fervorosa impulsión,  un largo margen de fe entusiasta en un hombre público, antes bien, creyéndose tan lista como él, pone en crisis cada uno de sus actos y gestos, cuanto más fino sea el político, más irremediables serán las malas inteligencias, menos sólida su postura y más escaso estará de verdadera representación colectiva.” España invertebrada.
Finalizaremos el post incidiendo en la determinación de Ortega. Para el filósofo madrileño “Los hombres” cuya ausencia deplora el susodicho tópico son propiamente una creación efusiva de las masas entusiastas, son ”MITOS COLECTIVOS” en el mejor sentido del vocablo -porque no son precisamente el arquetipo en el que deberíamos fijarnos-. Teniendo esto en cuenta Ortega incide en que, en las horas de historia ascendente de una nación, de apasionada instauración nacional, las masas se sienten masas, se sienten colectividad anónima que, amando su propia unidad, ésta es simbolizada y concretada en ciertas personas elegidas  -capacitadas- depositando en ellas toda su energía vital. Entonces se dice que hay “hombres”. En cambio, en las horas de historia descendente y decadente, cuando una nación se desmorona víctima del particularismo  -como es el caso de España-, las masas no quieren ser masas, sino que cada miembro de ellas se cree personalidad directora, y revolviéndose contra todo el que sobresale, descarga sobre él todo su odio, su necedad y toda su envidia. Entonces para justificar su ineptitud y acallar un íntimo remordimiento, la masa dice que no hay “HOMBRES”. Por tanto,  y de acuerdo con Ortega, es erróneo pensar que el entusiasmo de las masas depende de la valía de los hombres directores, sino que ocurre todo lo contrario; el valor social de los hombres directores depende de la capacidad de entusiasmo que posea la masa. De hecho hay épocas en las que el alma popular se vuelve envidiosa, petulante, sórdida y se atrofia en ella el poder de crear mitos sociales. En definitiva, y para concluir, dejaremos que sea el propio autor el que se exprese: “Existe en la muchedumbre un plebeyo resentimiento contra toda posible excelencia y después de haber negado a los hombres mejores todo fervor y social  consagración, se vuelve contra ellos y les dice: “No hay hombres”. ¡Curioso ejemplo de la sólita incongruencia entre lo que la opinión pública dice y lo que más en lo hondo siente! Cuando oigáis decir: “Hoy no hay hombres”, entended: “Hoy no hay masas[1]”. España Invertebrada.

Próximo post: El imperio de las masas.


[1] El texto siguiente, se incluía bajo el epígrafe “CONCLUSIÓN” al término de algunas páginas, que antes de formar parte del libro, fueron publicadas en el diario El Sol entre diciembre de 1920 y  febrero de 1921:“No aspiraba este ensayo a otra cosa que a diagnosticar el mayor mal presente de nuestra España, ¿las causas?, ¿los medios de curarlo? Me parece muy difícil que alguien lleve en su bolsillo la receta suficiente. Los orígenes del morbo terrible son viejos, muy viejos; en rigor, van unidos a la raíz misma de nuestro espíritu étnico. Los pueblos triunfan por sus virtudes y buenas dotes, pero fracasan por no atender en sazón a sus defectos. El coloso de piedra olvida sus pies de barro. España, más que los pies, ha tenido de barro la testa. Conforme pasan los años y con ellos se  van acumulando experiencias y meditaciones, crece en mí la sospecha de que nuestra facultad más enteca has sido siempre el intelecto. Nunca tuvimos mucho, y casi perpetuamente hemos descuidado ese cultivo. ¿Cómo convencer a un pueblo entero de que es poco inteligente y de que no se salvará mientras no se convenza de ello? No seré yo quien tenga la avilantez de intentarlo. Concluyo pues estos estudios sobre la hora presente de España con tres sencillas observaciones. PRIMERA: Un pueblo vive de lo mismo que le dio la vida, la aspiración. Para mantenerlo unido es preciso tener siempre ante sus ojos un proyecto sugestivo de vida en común. Sólo grandes, audaces empresas despiertan los profundos instintos vitales de las grandes masas humanas. No el pasado, sino el futuro, no la tradición, sino el afán. SEGUNDA: Esas grandes empresas no pueden hoy, por lo pronto, consistir más que en una gigantesca, dinámica reforma de la vida interior de España orientada hacia un destino internacional; la unificación espiritual de los pueblos de habla española. España tiene que volver al crisol de una reforma omnímoda que, fundiendo sus partes, torne a unirlas, Reforma y América. TERCERA: Nada de eso se puede iniciar sin convencernos antes de que en España hoy, como siempre, es reducidísimo el número de hombres bien dotados. Si no es situado cada cual en el puesto donde mayor rendimiento pueda dar, todo será vano. Culto al hombre selecto.”
 

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