En este post, y al hilo del concepto que vertebra el presente apéndice: “El poder social”, Ortega continua con el análisis –iniciado en la anterior entrada- de la figura del escritor –intelectual- [1], pero ahora desde un nuevo enfoque, precisando de este modo, más si cabe, la cuestión aquí tratada. Como ya se expuso anteriormente, si la influencia directa del escritor es tan menguada sobre la sociedad española[2], está claro que no puede gozar de verdadero poder social, aunque es fácil que algunos literatos se hagan ilusiones de lo contrario, esto es: el oficio de escritor lleva consigo cierta aureola de notoriedad. Un escritor es más conocido que un banquero, que un industrial, ingeniero, abogado..., pero un hombre conocido no implica que se le tenga una dilatada estimación, ni siquiera conocimiento de la obra y de la persona. El filósofo madrileño considera que los que escriben son mucho más conocidos que leídos y más leídos que entendidos y estimados. Por ello, el tipo de vida que se ve obligado a llevar un escritor en España por el escaso poder social del que goza, le salva de una amarga desilusión. ¿Por qué? Porque vive recluso en un mínimo círculo de personas próximas al oficio intelectual, rodeado de una delgadísima película social que intercepta su visión del gran grupo colectivo. Cuando por azar perfora esa película y se encuentra con gente media, descubre con sorpresa que ni él ni los mejores de su gremio son conocidos más allá de la habitual tertulia.
Ahora bien; de acuerdo con Ortega, sería inexacto contentarse con decir que el escritor en España carece de poder social. De hecho encuentra otro concepto que, con más precisión, define la sorprendente situación del que escribe en España. De este modo el filósofo madrileño afirma: “Yo diría, pues, que el hombre de letras goza en Celtiberia de un poder social negativo” España Invertebrada. ¿Qué significa esto? ¿Qué entendemos por poder social negativo? “Simplemente, que para el buen español medio, el escritor como tal, es un hombre de fama, pero, entiéndase bien, de mala fama. Escribir es una forma de avilantez[3].” España Invertebrada.
Por tanto, para encubrir esa actitud de rechazo, la masa - y especialmente “la burguesía”- elige una figura eminente y excelente con el fin de liberarse, con el homenaje constante, excesivo e ininteligente a su persona, de toda obligación con los demás. Un claro y acertado ejemplo de ello, y que trae a colación Ortega, es el caso de Ramón y Cajal: [“Se me dirá que hay casos de enorme y respetuosa popularidad y se me citará concretamente el constante homenaje de las clases sociales más diversas a un hombre como Ramón y Cajal.”]…[“Esa excepción, en cierto modo única, que se hace con Ramón y Cajal, trayéndole y llevándole como al cuerpo de San Isidro, en forma de mágico fetiche, para aplacar las iras del demonio Inteligencia, acaso ofendido, es una cosa que no se hace más que en los países donde no se quiere trato normal, próximo y sin magia con los intelectuales.”]…[“El hecho de ser justamente Ramón y Cajal el elegido acentúa, mejor aún, pone al descubierto casi obscenamente el irrisorio secreto que oculta tan aparente fervor. Porque apenas nadie tiene la más ligera idea de cuáles son las admirables conquistas del ilustre sabio. Por otra parte, la histología es una ciencia tan remota de la conciencia pública, tan neutra y sin color, que parece deliberadamente escogida para la apoteosis por un pueblo que considera la labor intelectual como una superfluidad, cuando no como una fechoría. Si Ramón y Cajal escribiese una sola página que afectase un poco más de cerca al ánimo español, presenciaríamos la ominosa evaporación de su poder social.”] España Invertebrada.
Es difícil encontrar en las naciones actuales nada que se parezca a la colocación sociológica del gremio intelectual en España. Vive al margen de la existencia normal colectiva. No se cuenta con él para nada, ni oficial ni privadamente, lo único que de él se espera es la extravagancia. En tales circunstancias es inevitable, aunque no justificado, el tono agrio, violento y chabacano que domina en nuestra producción literaria. Ahora bien, lo sorprendente del caso, es que no se dé un tono más desesperado, y que bajo el escritor el hombre sea tan honrado. El filósofo madrileño subraya la honestidad civil del intelectual español: “Porque es preciso hacer constar la honestidad civil del intelectual español supera acaso a la de casi todos los gremios hermanos triunfantes en otros países. (No es posible decir lo mismo de su honestidad técnica: en general, no pone cuidado, ni mesura, ni elevación, ni rigor en su trabajo.)” España Invertebrada. Además, esta irrealidad social de su oficio causa una peculiaridad que no ha sorprendido todo lo que debiera: España es el único país europeo dónde los intelectuales se ocupan de política inmediata. Es decir, fuera de aquí, sólo como excepciones encontramos escritores mezclados en las luchas cotidianas de los partidos; pero aún así, en esos casos excepcionales el escritor cuida de separar su labor intelectual de sus inquietudes políticas -exigiéndole a sus intervenciones políticas todas las virtudes que rigen la obra intelectual-. Así lo expresa Ortega: “Llevan pues, su intelectualidad íntegra a la política, al paso que entre nosotros la política más basta y pueril viene a anegar la intelectualidad.” España Invertebrada.
Es más, el intelectual podría elevar el nivel de los debates públicos merced a la superior disciplina de su intelecto, en cambio, en España la necedad constitutiva de la política diaria desintelectualiza al escritor. “Así acontece el hecho bochornoso de que los escritores españoles vivan separados por sus tendencias políticas -que son siempre las de la calle- más que por discrepancias intelectuales. España Invertebrada. Por tanto, en opinión de Ortega, nunca falta el pretexto para que el intelectual mismo, siguiendo la tradición nacional, patee concienzudamente su oficio. “Falto de poder social, busca el escritor una compensación aproximándose al único oficio que goza de él en España. Siente apetito de mando efectivo y quiere ser político.” España Invertebrada.
Finalizaremos el post indicando, que el autor considera llegado el momento de inventar nuevos destinos y una nueva anatomía para nuestro pueblo -cuestión que el filósofo madrileño plantea en el tiempo en que fue escrita la obra, y que a día de hoy, permanecemos sin atisbar síntoma alguno que invite al optimismo-, pero ello no se puede llevara a cabo sin el gremio de las ciencias y las letras. Hace falta una técnica de la invención, hace faltar tener “oficio”, escuela, preparación del intelecto -porque vivimos en sociedades viejas y complejas y no se puede inventar historia a golpe de vista-. Ortega apunta: “Si los intelectuales españoles hubiesen sido fieles a la ley de su oficio sólo ellos poseerían hoy una verdadera política, un proyecto de vida nacional en grande, una norma pública a la vez elevada y compleja. Y es probable que por primera vez la sociedad volviese hacía ellos los ojos, forzada por las circunstancias.” España Invertebrada. No puede ser más desdichada la posición del escritor en la sociedad española de lo que es, se le exigen todas las virtudes y, encima de ellas, ese don maravilloso, delicadísimo, que es el talento. En cambio no se le concede nada. Ahora bien, el autor tampoco cree que la posición idónea sea la contraria, como la posición que se le otorga en Francia. De hecho, un intelectual de profunda y auténtica vocación repugnará siempre ese exceso de sobo colectivo, ese amanerado culto que le rinde el contorno y amenaza con cegar el manantial de su espontaneidad, y reblandecer el rigor de su interna disciplina. Conviene que el intelectual no crea demasiado en sí mismo, porque la inteligencia es siempre problemática, porque nunca se sabe ciertamente si se tiene o no se tiene, lo más que se puede asegurar es que se ha tenido hace un momento, pero poco más. Ortega concluye el texto afirmando lo siguiente: “El hombre inteligente ve constantemente a sus pies abierto e insondable el abismo de la estulticia. Por eso es inteligente: lo ve y retiene su pie cautelosamente.” España Invertebrada.
Próximo post: Apéndices III. El poder social. Artículo V: [El dinero].
Próximo post: Apéndices III. El poder social. Artículo V: [El dinero].
[1] Para una correcta comprensión del sentido en que Ortega y Gasset utiliza estos términos, léase la nota primera de la anterior entrada.
[2] Ortega afirma que: “Queda siempre, como no podía ser menos, otro género de influencia que se produce a la larga y difusamente. Por eso, si la desatención al escritor va inspirada por el deseo de que sus ideas no penetren nunca en la masa social, fracasa en su propósito. A la postre, tarde y confusionariamente, acaba también en España el pueblo por pensar como los escritores. Pero ahora se trata de la influencia mediata, concreta y rápida que es normal en otras naciones.” España Invertebrada.
[3] Insolencia.
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