miércoles, 29 de mayo de 2013

Apéndices III. El poder social. Artículo III: [La profesión literaria].

Si en las dos anteriores entradas articuladas por el concepto de poder social, el análisis de Ortega concedía cierta presencia –en mayor medida en la primera- a la figura del político y al ejercicio de la política; en esta tercera entrada titulada  La profesión literaria” continúa con la mención al mismo, puesto que es de suma importancia subrayar qué tipo de relación existe entre el concepto de poder social y la figura del político. Ahora bien, la cuestión del enorme poder social del político en España, más que aclarar el fenómeno, lo enturbia. La influencia del poder social sobre los que ejercen el poder público, sobre los que mandan hoy o mañana puede hacer pensar que se trata de una reacción utilitaria mediante la cual el hombre medio procura halagar a quien puede favorecerle. Por ello Ortega, para evitar la confusión a la que da lugar una primera mirada al fenómeno,  analizará la cuestión desde una profesión totalmente opuesta, y que menos fuerza material  - ya sea de mando o de dinero- posee: EL ESCRITOR U HOMBRE DE CIENCIAS Y LETRAS.[1]
De acuerdo con el filósofo madrileño, el escritor como el político, es hombre público, lo cual no cabe ignorar. Además es una profesión que conlleva la notoriedad para quien la ejercita con medianas dotes. Por otra parte, su acción es puramente virtual, no puede esperarse de ella ningún beneficio terreno, en todo caso los beneficios que produzca la industria editorial, y que, no proceden directamente de la obra, sino de la actitud del público hacia ella. Por eso no es el escritor sino el editor quien obtiene un mayor rendimiento de ello. Ambas condiciones juntas dan un valor muy puro y característico a la reacción que en una u otra sociedad suscite el gremio literario. A continuación, el autor, para poder establecer una comparativa rigurosa con España e ilustrar como  una sociedad u otra responde ante el gremio literario –en el contexto europeo-, a modo de ejemplo, cita los casos de las tres naciones históricamente más importantes del viejo continente, a saber:
Primeramente, en Francia; el escritor tiene mucho poder social, más que el político si se descuenta la cantidad de poder propio que el oficio de gobernar incluye -ya que con el gobernante hay que contar, puesto que interviene en la existencia de cada ciudadano-; y ese poder social no se origina en una imposición, sino que es una generosa reacción de la sociedad. Es decir, en Francia la sociedad descarga simbólicamente sobre el escritor -no sobre la persona individual que es-  el inmenso don de su poder, y su actitud hacia las eminencias es siempre excepcional. Pone a su servicio todos los resortes de la máquina pública. EL POLÍTICO TEME ALLÍ AL PLUMÍFERO, porque sabe que éste maneja una fuerza considerable, fuerza que no es su pluma, sino la atención social a él dedicada. Se trata de un poder añadido por la sociedad al poder efectivo de la obra hasta tal punto, que ni siquiera está en proporción con la popularidad de la obra.  Incluso autores que exigen del lector dotes que excluyen a la mayoría, gozan de una gigantesca posición.
En cambio, y por otro lado, en Inglaterra; la sociedad, como masa, se ocupa poco del literato y del hombre de ciencia que gozan de escasísimo poder social. Ahora bien, eso no significa defecto. ¿Por qué? Porque en Inglaterra no hay “la  sociedad”  -tal y como se concibe en el continente-, sino más bien hay una articulación de muchas sociedades –parciales-, cada una de las cuales lleva una existencia relativamente independiente pero que están en permanente contacto y fusión. Ortega los llama “círculos sociales”  -en este punto no debemos confundir con grupos o partidos, ya que éstos tienen unos límites muy perfilados-. Por tanto, el filósofo madrileño piensa que, en un país como Inglaterra dónde la gente no se preocupa ni por la literatura ni por la ciencia, existe un “CÍRCULO” de aficionados más vario y atento que en ningún pueblo  -excepto Francia-. Ni la literatura ni la ciencia son productos nacionales -como lo son para Francia la literatura y para Alemania la ciencia-, pero el científico y el escritor gozan en la esfera de sus círculos de una posición saludable que, ciertamente, no puede llamarse poder social, pero tampoco significa lo contrario.
Y por último, en Alemania, el puesto que en Francia ocupa el literato, lo ocupa el científico. Es una nación interesada enteramente por la producción científica, independientemente del oficio y clase, saben que es la gloria y fuerza de Alemania. Ahora bien, el literato vive en calidad de hermano menor, su posición es subalterna. Es que, y de acuerdo con Ortega, en la actualidad -principios siglo XX- en Alemania se tiene la secreta convicción que la literatura alemana tiene escaso valor, no como en la época de Goethe[2](1749-1832), que gozó de un gran poder social. No obstante, para el filósofo madrileño, la posición del literato en Alemania es similar a la de Francia con respecto al poder social, con la salvedad de que, en la actualidad, carecen de figuras realmente relevantes. Es más, y a diferencia de Francia: sólo en Alemania el hombre de ciencia siente un profundo respeto hacia las figuras literarias del pretérito.
¿Y en España? ¿Qué acontece con el escritor en España?
En este punto, y antes de responder a la pregunta, cabe recordar al lector que Ortega, llama poder social a la influencia que un oficio o persona tiene más allá de la que estrictamente se origina en su acción propia. Ahora bien, subrayada la cuestión: ¿Cuál es la influencia directa que el escritor ejerce en España? De acuerdo con el autor, no hay ninguna nación entre las civilizadas, menos dócil al influjo intelectual que España. Con ligeras modificaciones en una u otra época, puede decirse que nunca ha atendido al escritor. “La vida de la España moderna representa el original ensayo de sostenerse una raza europea y afrontar el destino histórico sin dejar intervención al pensamiento”. España Invertebrada. El filósofo madrileño considera que, el buen español medio, seguirá perdurablemente considerando la inteligencia como la quinta rueda del carro  -y considérese aquí que, a Ortega no le vale, por falaz, el popular argumento contra esta afirmación consistente en sostener que sí se estima la inteligencia, cuando realmente no se presta oídos a los intelectuales; o también argumentos del tipo: que éste don no es exclusivo de ellos –los intelectuales- , sino que es un bien común de otras clases sociales…-. De hecho  afirma que: “Vale más no intentar el aforo del nivel intelectual que poseen en España –al menos en la de hoy- las clases no intelectuales. Afortunadamente, tampoco es necesario.” España Invertebrada.
 Está claro que la inteligencia no es una virtud exclusiva del gremio intelectual, pero es grotesco que un país presuma poseer la dosis imprescindible de inteligencia cuando al mismo tiempo se jacta de desatender la obra y persona de los escritores –con “escritores” Ortega no sólo se refiere a los literatos, sino también a científicos, intelectuales…-. Es más, el hecho se presenta con tal constancia, que ya no reparamos en él y toma aire de ley natural a la cual es ridículo poner objeciones. La idea de que en España un libro influya directa o inmediatamente en la vida pública o privada de los españoles es tan inverosímil que no concebimos la posibilidad de suceso semejante en ningún otro país, cuando fuera del nuestro acontece cotidianamente.
De hecho, el filósofo madrileño afirma irónicamente:” No es cosa de investigar ahora las causas de esta inmunización para el alfabeto que gozamos los españoles” España Invertebrada. Y la explicación de ello, como sucede con otras peculiaridades ibéricas, se suele buscar en la herencia arábiga, lo cual supone, en consideración del autor,  un grave error. Los árabes han sido los mayores entusiastas del libro. Ahora bien, esta carencia de influjo sobre su contorno social proporciona al escritor español unas ventajas que no ha sabido aprovechar. Cuando se cree que lo escrito va a tener consecuencias reales, el escritor honrado se siente cohibido en su libertad espiritual. Pensamientos que teóricamente son importantes y certeros pueden causar daños prácticos. Pero el escritor español ha podido entregarse a las exclusivas exigencias de su oficio sin temor a ser nocivo, ha podido ser puramente veraz. Pero esta ventaja va de la mano de otro grave peligro: la falta de repercusión en el público, cuando es permanente y completa, da al oficio un carácter espectral. Es decir, lo distintivo de la realidad es producir efectos, pero cuando éstos faltan, llega la persona a perder la noción de su propia actividad. Flota en el vacío sin presiones exteriores que definan sus límites. Si no tiene en sí mismo un fortísimo regulador acabará por creer que lo mismo da decir una cosa que otra, puesto que ambas producen resultados nulos. De ahí que Ortega concluya: “En suma: la desantención pública desmoraliza al escritor, induciéndole sin remisión a la irresponsabilidad…” España Invertebrada.

Próximo post: Apéndices III. El poder social. Artículo IV: Un poder social negativo.




[1] Con “Escritor” y más adelante “Intelectual”, Ortega se refiere a todo aquel hombre de ciencias y/o letras que ejercita el pensamiento como profesión, lo que implica evidentemente la escritura como medio de expresión y difusión. Ortega utiliza pues, el término “escritor”, en un sentido amplio, por lo que su referente no se reduce única, exclusiva y estrictamente al “escritor literario”.
[2] Johann Wolfgang von Goethe; fue un escritor, artista y político alemán. Su trabajo incluye la épica y poesía lírica escrita en una variedad de metros y estilos, la prosa y dramas en verso, memorias, una autobiografía literaria y la crítica estética. Por otro lado, tratados sobre botánica y anatomía y cuatro novelas. Además, numerosos fragmentos literarios y científicos, y se conservan más de 10.000 cartas escritas por él, al igual que cerca de 3.000 dibujos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario