En el anterior post quedaba en el aire la cuestión del separatismo; ahora bien, para dar una respuesta satisfactoria a dicho problema es fundamental el concepto de PARTICULARISMO, que expondremos a continuación y que se prolongará en próximas entradas –igualmente importante para la mencionada resolución de la cuestión, es el de ACCIÓN DIRECTA, del que también nos ocuparemos más adelante-. Por tanto, con el presente post comienza una serie de varios más que dan título, como sabemos, a esta primera parte de la obra: Particularismo y acción directa. Con todo ello, también hay que tener presente en todo momento el andamiaje conceptual del que se sirve Ortega y Gasset para llevar a cabo el análisis de España –expuesto en anteriores post- y, en particular, atender al concepto de DESINTEGRACIÓN que aquí se aplica. Al hilo del concepto de desintegración Ortega considera que, desde 1580 hasta la actualidad – momento en que Ortega escribe la obra- todo lo acontecido y lo que acontece en España es decadencia y desintegración. El proceso incorporativo narrado anteriormente -léase la entrada anterior: ¿Por qué hay separatismo?- va en crecimiento hasta Felipe II. De hecho, el filósofo madrileño traza un límite o punto de inflexión, a saber; el año vigésimo de su reinado puede considerarse como la divisoria de los destinos peninsulares. Hasta aquí la Historia de España había sido ascendente y acumulativa, sin embargo a partir de aquí será decadente y dispersiva, comenzando el proceso de desintegración del imperio[1], de la periferia al centro y manteniéndose durante siglos hasta llegar a 1900, año en que el cuerpo español ha vuelto a su nativa desnudez peninsular. Ahora bien: ¿Termina con ello el proceso de desintegración?
A propósito de la pregunta Ortega afirma: “Será casualidad, pero el desprendimiento de las últimas posesiones ultramarinas parece ser la señal para el comienzo de la dispersión intrapeninsular. En 1900 se empieza a oír el rumor de regionalismos, nacionalismos, separatismos…Es el triste espectáculo del ocaso, de un larguísimo, multisecular otoño, laborado periódicamente por ráfagas adversas que arrancan del inválido ramaje enjambres de hojas caducas.” España Invertebrada.
En anteriores entradas explicamos detalladamente, y de acuerdo con Ortega, en qué consistía el proceso de incorporación. Ahora bien, el de desintegración o desarticulación por tanto, es el inverso: las partes del todo comienzan a vivir como todos aparte –que no como partes independientes fuera del todo-. Este fenómeno de la “vida histórica” es considerado como el rasgo más característico, profundo y grave de la actualidad española; y lo denomina como PARTICULARISMO. Por ello, y volviendo a la cuestión del nacionalismo, regionalismo y separatismo, nuestro autor piensa con respecto a ello, que es una frivolidad juzgar el Catalanismo y el Bizcaitarrismo como movimientos artificiosos nacidos del capricho privado de unos cuantos – aparente y superficialmente puede que sí, pero la auténtica causa es mucho más profunda-. Ortega considera que ambos son la manifestación más acusada del estado de descomposición en que se halla nuestro pueblo, ambos nacionalismos suponen una prolongación de la dispersión iniciada hace tres siglos.
Y lo manifiesta del siguiente modo: “Las teorías nacionalistas, los programas políticos del regionalismo, las frases de sus hombres carecen de interés y son en gran parte artificios. Pero en estos movimientos históricos, que son mecánica de masas, lo que se dice es siempre mero pretexto, elaboración superficial, transitoria y ficticia, que tiene sólo un valor simbólico como expresión convencional y casi siempre incongruente de profundas emociones, inefables y oscuras, que operan en el subsuelo del alma colectiva” España Invertebrada.
Todo el que en política y en historia se deje llevar por lo que se dice, errará profundamente. La opinión pública es siempre respetable, pero casi nunca expresa con rigor sus verdaderos sentimientos, opina Ortega. Por ejemplo: El hecho de que otras regiones españolas -distintas a las nacionalistas por antonomasia- no tengan programas secesionistas –a principios del siglo XX- no significa que no sientan el mismo instinto de particularismo. De acuerdo con todo ello, Ortega define la esencia del particularismo como:“La esencia del particularismo es que cada grupo deja de sentirse a sí mismo como parte, y en consecuencia deja de compartir los sentimientos de los demás” España Invertebrada. Por esa razón no le importan las esperanzas o necesidades de los demás –del resto de partes-, no se solidarizan con ellos. Es más, una característica fundamental de este estado social es la hipersensibilidad para los propios males, esto es; los problemas de cada parte –de cada uno- son más importantes que los del resto y las “ofensas” que provienen de las demás partes –los otros- son intolerables. Todas estas cuestiones se magnifican mucho más cuando el alma del grupo se ha desintegrado de la convivencia nacional[2]. En ese sentido esencial se puede decir que el particularismo existe hoy –seguimos refiriéndonos a principios del siglo XX- en toda España, aunque según Ortega modulado, y siempre dependiendo de las condiciones que se den en cada región. Por ejemplo, tal y como apunta el propio autor: “En Bilbao y Barcelona ,que se sentían como las fuerzas económicas de la península, el particularismo toma un cariz agresivo, expreso y retórico, en cambio en Galicia, tierra pobre de almas rendidas, suspicaces y sin confianza en sí mismas, toma el sesgo de un sordo y humillado resentimiento -puesto que no puede brotar- entregándose así a la voluntad ajena.”España Invertebrada. Así para Ortega, el preocuparse exclusivamente por el nacionalismo catalán y vasco es no percibir ni comprender con toda profundidad el mal que nos aqueja. El filósofo madrileño quiere corregir el pensamiento político al uso, que busca el mal radical del catalanismo y del bizcaitarrismo, precisamente en Calaluña y en Vasconia, cuando no es allí dónde se encuentra. ¿Dónde está entonces? Cuando una sociedad se consume víctima del particularismo, puede afirmarse con toda seguridad que, el primero en mostrarse particularista fue precisamente el poder central, y esto es lo que ha sucedido en España.
Castilla hizo a España y Castilla la deshizo... pero ¿Cómo?, ¿Por qué?: Castilla como núcleo inicial de la incorporación ibérica, acertó a superar su propio particularismo e “invitó” a los demás pueblos peninsulares para que colaborasen en un gigantesco proyecto de vida común. Inventó Castilla grandes y sugestivas empresas al servicio de altas ideas jurídicas, morales y religiosas, dibujando un interesante plan de orden social en el que impera la norma de que todo hombre activo, agudo, noble…es decir, mejor, ha de ser preferido al pasivo, torpe y vil -su inferior-. Ello perduró algún tiempo vivazmente y las gentes estaban influidas por esas ideas, aspiraciones y hábitos; creían en ellas, las respetaban o temían. Ahora bien, en la España de Felipe III todo ello ya no existe realmente, es decir, todas esas aspiraciones, ideas, normas y hábitos superiores se han tornado tópicos petrificados, falsos, porque no se hace nada nuevo -no hay dinamismo-, simplemente se emplean todas las energías en conservar el pasado, la tradición -instituciones y dogmas- sofocando toda innovación. Así Castilla se convierte en lo opuesto de sí mismo, se vuelve suspicaz, angosta, sórdida, en definitiva: comenzó a hacerse particularista. Ya no se ocupa en potenciar la vida de las otras regiones, sino que celosa de ellas las abandona y empieza a no enterarse de lo que en ellas pasa. Ahora bien, piensa Ortega, si Cataluña o Vasconia por ejemplo –como cualquier otra región periférica- realmente hubiesen sido los pueblos formidables que en la actualidad –principios del siglo XX- imaginan ser, cuando Castilla comenzó a hacerse particularista le habrían dado un terrible tirón para que así, el núcleo central recuperase sus virtudes y no cayese en la perdurable modorra de idiotez y egoísmo que ha sido durante tres siglos la historia de España. Ortega y Gasset considera que todos los poderes nacionales, especialmente Monarquía e Iglesia, han mirado para sí mismos durante tres siglos, se han obstinado en hacer adoptar sus destinos propios como los verdaderamente nacionales[3], han fomentado generación tras generación una selección inversa en la raza española. Así, la política española durante todo ese tiempo ha sido particularista. De hecho, incide en la cuestión del siguiente modo: “Sería curioso y científicamente fecundo hacer una historia de las preferencias manifestadas por los reyes españoles en la elección de las personas. Ella mostraría la increíble y continuada perversión de valoraciones que los ha llevado casi indefectiblemente a preferir los hombres tontos a los inteligentes, los envilecidos a los irreprochables. Ahora bien, el error habitual, inveterado, en la elección de personas, la preferencia reiterada de lo ruin a lo selecto es el síntoma más evidente de que no se quiere en verdad hacer nada, emprender nada, crear nada que perviva luego por sí mismo. Cuando se tiene el corazón lleno de un alto empeño se acaba siempre por buscar los hombres más capaces de ejecutarlo”. España Invertebrada.
Es decir, en lugar de renovar periódicamente las ideas vitales para llevar a cabo empresas y proyectos -fomentando así la unión- el poder público[4] ha ido triturando la convivencia española y ha usado su fuerza “nacional” casi exclusivamente para sus fines privados. De este modo, y teniendo ésto en cuenta, es conveniente volver a formular una cuestión fundamental planteada anteriormente en la entrada titulada “Incorporación y desintegración”: ¿Para qué vivimos juntos los españoles entonces?[5] Definitivamente Ortega piensa con respecto a los nacionalismos -en concreto, el catalanismo y el bizcaitarrismo- que, lo más importante en ellos es lo que no se advierte, a saber: lo que tienen de común por un lado, con el largo proceso de secular desintegración que ha sesgado los dominios de España, y por otro, con el particularismo latente o distintamente modulado que existe en el resto del país. Lo demás no tiene importancia alguna -o si la tuviera, no se aprovecha en sentido favorable- en lo que se refiere a cuestiones como las afirmaciones de las diferencias étnicas, entusiasmo por sus idiomas, críticas de la política central… Así, la tesis de Ortega y Gasset al respecto es una interpretación del secesionismo vasco-catalán como un caso específico de particularismo más general existente en toda España. Lo cual demostrará de un modo más contundente analizando otro fenómeno muy característico a principios del siglo XX en este país, y que no tiene nada que ver con regiones, pueblos y razas: El particularismo de las clases sociales -o compartimentos estancos-.
Próximo Post: España Invertebrada. Primera Parte. Particularismo y acción directa: Compartimentos estancos.
[1] Primero se desprenden los Países Bajos y el Milanesado; luego, Nápoles. A principios del siglo XIX se separan las grandes provincias ultramarinas, y a finales de él, las colonias menores de América y Extremo Oriente.
[4] Desde hace muchos siglos, en España, el poder público pretende que los españoles existamos sólo para que él se dé el gusto de existir. Aunque Ortega considera que esto también es un pretexto algo menguado.
[5] Porque de acuerdo con Ortega, vivir es una actividad que se hace hacia delante, es mirar hacia el futuro, y no para vivir la resonancia del pasado, de la tradición, y mucho menos para convivir por convivir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario