miércoles, 16 de enero de 2013

España Invertebrada.Primera Parte. Potencia de nacionalización.

En el anterior post se exponían los conceptos de incorporación y desintegración como parte del armazón conceptual que utilizará Ortega para explicar y delimitar la formación histórica de un organismo nacional y que,  posteriormente, aplicará específicamente al análisis de España. En esta entrada se van a perfilar básicamente los dos conceptos –Mandar/Imperar y Fuerza-  que restan para completar ese andamiaje conceptual al que nos acabamos de referir. Por tanto, los conceptos de “Imperar” y “Fuerza” -íntimamente relacionados como veremos-,  junto con los de “Incorporación” y “Desintegración” serán articulados por Ortega para explicar qué es  la nacionalización o proceso de formación de una “nación”. Aunque es más acertado expresarlo como:”Potencia de nacionalización”. Para nuestro autor, el poder creador de naciones es un talento o genio tan peculiar como puedan ser la poesía, la música y la invención religiosa. Por ello analiza los ingredientes de ese talento nacionalizador cuya esencial característica es que posee un carácter imperativo. No es un saber teórico, ni es emotividad religiosa, y por supuesto no es ninguna fantasía. En palabras del propio Ortega: “Es un saber querer y un saber mandar”. De hecho: [ Pueblos sobremanera inteligentes han carecido de esa dote, y, en cambio, la han poseído en alto grado pueblos bastante torpes para las faenas científicas o artísticas. Atenas, a pesar de su infinita perspicacia, no supo nacionalizar el Oriente mediterráneo; en tanto que Roma y Castilla,  mal dotadas intelectualmente, forjaron las dos más amplias estructuras nacionales”…] España Invertebrada.
1.CONCEPTO DE MANDAR –IMPERAR-:
Con respecto a este concepto Ortega considera que mandar no es simplemente convencer, ni simplemente obligar, es una sutil mezcla de ambas cosas. En todo acto de imperar la sugestión moral y la imposición material van íntimamente fundidas. Saber mandar es en primer lugar saber mandarse a sí mismo, es decir; ser emperador de sí mismo es la primera condición para imperar a los demás. Y precisamente en esta mezcla juega un papel básico la fuerza, que ha sido, es y será fundamental en la historia de la humanidad en lo que concierne a la creación de naciones – puesto que evita el caos-. Ahora bien, sólo con la fuerza tampoco se consigue absolutamente nada  -la violencia en solitario sólo fragua “pseudoincorporaciones” que duran un tiempo muy breve y no dejan rastro histórico apreciable-. En toda auténtica incorporación  la fuerza tiene un carácter adjetivo. Es decir, la potencia verdaderamente substancial que impulsa y nutre el proceso incorporativo es siempre un dogma nacional,  es un proyecto sugestivo de vida en común” afirmará Ortega.  Y la fuerza está ligada a ese fin.
Hay que desechar toda interpretación estática de la convivencia nacional y aprender a comprenderla dinámicamente, esto es;  los grupos que integran un Estado viven juntos para algo, son una comunidad de propósitos, de anhelos, de grandes utilidades. Las gentes no viven juntas sin más ni más y porque sí  -esa cohesión “a priori” sólo existe en la familia-. No conviven por estar juntos sino para hacer algo juntos: un proyecto de vida en común -un proyecto atractivo de cosas para hacer en el futuro-, un fin a realizar. Y cuando el proyecto se acaba, se desarticula el Estado o bien se desdibuja por completo -se desustancia-. Por ello según Ortega, lo decisivo para que una nación exista no es el pasado,  no es la tradición –como ya quedó indicado en el anterior post, estaríamos ante un error muy grave de apreciación cuya causa radica en buscar el origen del Estado en la familia, en la comunidad nativa, previa, ancestral.- Las naciones se forman y viven de tener un programa de futuro, un proyecto a realizar para mañana.
 Y en cuanto al poder de la fuerza, que Ortega considera como “la gran cirugía histórica”, su función es obvia, es decir: “Por muy profunda que sea la necesidad histórica de la unión entre dos pueblos, se oponen a ella intereses particulares, caprichos, vilezas, pasiones y, más que  todo esto,  prejuicios colectivos instalados en la superficie del alma popular que va a aparecer como sometida”. España Invertebrada. Y contra ello, no sirve la persuasión que emana del razonamiento. Por tanto el papel de la fuerza es adjetiva, secundaria, pero necesaria y nada desdeñable. Ortega ilustra de un modo muy claro esa sutil combinación de sugestión moral –convencer-  e imposición material u obligar –fuerza- en qué consiste el talento nacionalizador: Si comparamos los formidables imperios mongólicos de Genghis-Khan con la Roma antigua, o con los imperios de Alejandro Magno y Napoleón; en la jerarquía de la violencia y de la fuerza, el genio de Tartaria es insuperable. Pues bien, frente al Khan tremebundo que no sabe leer ni escribir y desconoce las religiones y todas las ideas, están César, Alejandro, Napoleón, que son auténticos propagandistas del “Ejército de salvación”-Salvation Army-. Por ello el Imperio tártaro duró el mismo tiempo que vivió el herrero que lo forjó con el acero de su espada, mientras que, la obra de César por ejemplo, en cambio, duró siglos y repercutió en milenios. Por ello, cuando los pueblos que rodeaban Roma fueron sometidos, más que por la fuerza de las legiones, se sienten injertados en el árbol latino por una ilusión, por un atractivo proyecto de vida en común, un proyecto de organización universal  -por su tradición jurídica, política, administrativa…configuradas por poseer un tesoro de ideas recibidas de Grecia-, y dónde todos podían colaborar. Y el día que Roma dejó de ser éste proyecto de cosas por hacer mañana, el Imperio se desintegró o se  desarticuló.
2. CONCEPTO DE FUERZA –ACLARACIÓN-:
Acerca del concepto de fuerza poco más se puede decir, aparte de lo ya expuesto a propósito de su carácter adjetivo en los procesos de incorporación y de su inseparabilidad de los proyectos sugestivos de vida común que suponen los mismos. Ahora bien, el concepto de fuerza ha sido objeto de interesadas interpretaciones según Ortega, por lo que en este punto considera conveniente realizar algunas aclaraciones fundamentales sobre el mismo, indicando, y vaya eso por delante, que Europa padece desde hace un siglo una perniciosa propaganda en desprestigio de la misma. Las raíces están en la base de la cultura moderna que ha impuesto en la opinión pública europea la falsa idea de lo que es la fuerza de las armas, presentándose como algo infrahumano, residuo de la animalidad en el hombre.  La fuerza se ha contrapuesto al espíritu o bien, se ha considerado como una manifestación espiritual de carácter inferior.  Ortega explica que en la formación de la cultura moderna la burguesía imperante tuvo un papel protagonista imponiendo sus instintos, su interpretación de la realidad. De hecho Ortega afirma  que: “El buen Heriberto Spencer, expresión tan vulgar tanto de su nación como de su época, opuso al “espíritu guerrero” el “espíritu industrial”, y afirmó que era éste un absoluto progreso en comparación con aquél.”; refiriéndose con ello evidentemente a Herbert Spencer (1820-1903)  – sociólogo, psicólogo y destacado filósofo evolucionista británico- .
  La ética industrial  -esto es, un conjunto de sentimientos, normas, estimaciones y principios que rigen la actividad industrial, que únicamente responde al principio de utilidad y en la que los hombres se asocian a través de contratos, expresándose en un espíritu que trata de evitar el riesgo-  es moral y vitalmente inferior a la ética del guerrero  -cuyos principios, normas y valoraciones responden al entusiasmo, surgiendo de ahí los ejércitos, y en ellos, sus integrantes asociándose solidarizados por el honor y la fidelidad, resaltando su genial apetito por el peligro-. Ahora bien:”…aquello que ambos tienen en común, la disciplina, ha sido primero inventado por el espíritu guerrero y merced a su pedagogía injertado en el hombre”[1]España Invertebrada. Sin embargo Ortega insiste en que, en la actualidad – y nos referimos al momento presente  en el que Ortega escribe estas líneas-  sería injusto comparar esas dos formas de vida, porque las organizaciones militares contemporáneas representan una decadencia del espíritu guerrero debido a que éstas son manejadas y organizadas por el espíritu industrial  -lo que hace antipáticos a los ejércitos y los desvaloriza-. Por tanto nuestro autor considera que, en la actualidad el militar es el guerrero deformado por el industrialismo.
Ortega piensa que la fuerza de las armas no es fuerza bruta, sino fuerza espiritual, porque considera que para poner en pie un buen ejército se necesita de grandes dosis de genialidad y vital energía, siendo ésto una gran verdad aunque no sea reconocida. El influjo de las armas manifiesta, como todo lo espiritual, su carácter predominantemente persuasivo.  Y la fuerza de las armas no es precisamente fuerza de Razón -ésta no circunscribe la espiritualidad-. La violencia material con la que un ejército aplasta a otro en la batalla no es lo que tiene efectos históricos; es decir, ahí, la victoria actúa más que materialmente, ejemplarmente, poniendo de manifiesto la superioridad -y por tanto su calidad histórica- del ejército vencedor y por ende del pueblo que lo forjó[2]. Todo gran ejército ha impedido más batallas que las que ha librado. El prestigio ganado en un combate evita muchos otros, y no tanto por el miedo a la física opresión, como por el respeto a la superioridad vital del vencedor. Es decir, según el filósofo madrileño: ”El estado de guerra perpetua en que viven los pueblos salvajes se debe a que ninguno de ellos es capaz de formar un ejército y con él una respetable organización nacional”. Por tanto, el honor que un pueblo deba sentir está ligado al de su ejército, pero no porque sea el instrumento de defensa ante enemigos externos, no se trata de eso aclara Ortega, sino que: ”Lo importante es que el pueblo advierta que el grado de perfección de su ejército mide con pasmosa exactitud los quilates de la moralidad y vitalidad nacionales. Raza que no se siente ante sí misma deshonrada por la incompetencia y desmoralización de su organismo guerrero, es que se halla profundamente enferma e incapaz de agarrarse al planeta”. España Invertebrada.
En definitiva Ortega considera que, aunque la fuerza  represente sólo un papel auxiliar en los grandes procesos de incorporación nacional, es inseparable de ese talento o genio que poseen los pueblos creadores e imperiales. El mismo genio que inventa un programa sugestivo de vida en común sabe siempre forjar un ejército ejemplar, siendo éste la mejor propaganda y el símbolo más eficaz de ese proyecto.
 Próximo post: España Invertebrada primera parte: Particularismo y acción directa. ¿Por qué hay separatismo?





[1] Uno de los hombres más sabios e imparciales de nuestra época, el gran sociólogo y economista Max Weber, escribe: “La fuente originaria del concepto actual de ley fue la disciplina militar romana y el carácter peculiar de su comunidad guerrera.”(Wirtschaft und Gesellschaft, pág. 406; 1922.)

[2] No se oponga a esto la trivial objeción de que un pueblo puede ser más inteligente, sabio, industrioso, civil, artista que otro, y, sin embargo, bélicamente más débil. La calidad histórica de un pueblo no se mide exclusivamente por aquellas dotes. El “bárbaro” que aniquila al romano decadente, por ejemplo, era menos sabio que éste, y, sin embargo, no es dudosa la superior calidad histórica de aquél. De todos modos, la opinión arriba apuntada alude sólo a la normalidad histórica que, como toda regla, tiene sus excepciones y su compleja causística.

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