martes, 26 de marzo de 2013

España Invertebrada. Segunda Parte. Conceptos de Ejemplaridad y Docilidad.

Con este post concluimos con la disquisición  -el análisis más profundo y amplio de los conceptos de “masa” y “hombres mejores”- iniciada y subrayada en la entrada titulada: “Epocas Kitra y épocas Kali”; en el que Ortega retomará de nuevo en las últimas líneas el análisis de España, y que ya no abandonará en lo que resta de obra. Especialmente, esas últimas líneas referidas suponen la introducción de uno de los puntos clave de la obra: la ausencia de los mejores; que comenzaremos a desarrollar en el próximo post y que completaremos en sucesivas entradas. Ahora bien, por el momento  y en la presente entrada, vamos a analizar en relación con esos conceptos de masa y minoría egregia, los conceptos de “ejemplaridad” y “docilidad”.
Ortega y Gasset considera que una tosca sociología nacida por generación espontánea y que, desde hace mucho tiempo domina las corrientes de opinión vigentes –1921-, tergiversa estos conceptos de “masa” y “minoría selecta -entendiendo masa por las clases sociales económicamente inferiores, la plebe, y por minoría selecta, las más elevadas socialmente, lo cual no es así-; es por ello por lo que el autor opina que conviene corregir dicha interpretación "errónea". En toda clase social, en todo grupo que no padezca graves anomalías, existe siempre una masa vulgar y una minoría sobresaliente. Ahora bien, dentro de una sociedad saludable, las clases superiores, si lo son verdaderamente, contarán con una minoría más nutrida y selecta que las clases inferiores, pero ello no significa que en ellas no haya masa. Y precisamente, lo que acarrea la decadencia social es que las clases elevadas han degenerado y se han convertido casi íntegramente en masa vulgar. Por tanto, Ortega propone transponiendo los tópicos al uso adquirir una intuición clara sobre la acción recíproca entre masa y minoría selecta, que es, a su juicio, el hecho básico de toda sociedad y el agente de su evolución tanto hacia el bien como hacia el mal.
Ortega piensa que cuando hallamos a otro hombre que es mejor, o que hace algo mejor que nosotros, si gozamos de una sensibilidad normal, desearemos llegar a ser de verdad como es él  y hacer las cosas como las hace él, porque será un ejemplo a seguir  –un modelo-. Es decir, gozando de esa sensibilidad normal no querremos ser como él ficticiamente, esto es, no querremos imitarlo; porque  en la imitación actuamos, por decirlo así, fuera de nuestra auténtica personalidad, nos creamos una máscara exterior. Por el contrario, en la asimilación al hombre ejemplar que ante nosotros pasa, todo en nosotros se polariza y orienta hacia su modo de ser; nos disponemos a reformar verídicamente nuestra esencia según la pauta admirada. En suma, percibimos como tal la ejemplaridad de aquel hombre y sentimos docilidad ante su ejemplo. He aquí el mecanismo elemental creador de toda sociedad: la ejemplaridad de unos pocos se articula en la docilidad de otros muchos. El resultado se traduce en que cunde el ejemplo y los inferiores se perfeccionan en el sentido de los mejores. El filósofo madrileño considera que esta capacidad para entusiasmarse con lo óptimo, de ser dócil a un arquetipo o forma ejemplar, es la función psíquica que el hombre añade al animal y que dota de progresividad a nuestra especie frente a la estabilidad relativa del resto de seres vivos. Así lo expresa el autor: “Y el hecho es que los miembros de toda sociedad humana, aun la más primitiva, se han dado siempre cuenta de que todo acto puede ejecutarse de dos maneras, una mejor y otra peor; de que existen normas o modos ejemplares de vivir y ser. Precisamente la docilidad a esas normas crea la continuidad de convivencia que es la sociedad”. España Invertebrada.  Por el contrario, la indocilidad, es decir, la insumisión a ciertos tipos normativos de las acciones trae consigo la dispersión de los individuos, la disociación. Ahora bien, esas normas a las que hace alusión Ortega fueron originariamente acciones ejemplares de algún individuo.
La estrecha vinculación por tanto, entre los conceptos de “ejemplaridad” y “docilidad” con el proceso de formación de toda sociedad, lleva a Ortega a exponer sucintamente  -al hilo del análisis en el que está inmerso- una idea fundamental acerca del origen de la sociedad, a saber: De acuerdo con el filósofo, no fue ni la fuerza ni la utilidad[1] lo que juntó a los hombres en agrupaciones permanentes  -en sociedades-, sino el poder atractivo de que automáticamente goza sobre los individuos de nuestra especie el que en cada caso es más perfecto. De hecho afirma: “Las más primitivas leyendas y mitos sobre creación de pueblos, tribus, hordas, aluden patéticamente a personas sublimes, dotadas de prodigiosas facultades, padres del grupo social. Con un torpe evemerismo muy siglo XIX, se ha explicado esto siempre diciendo que los hombres reales, un tiempo influyentes en el grupo, fueron luego idealizados, ejemplarizados por la posteridad. Pero sería inverosímil esta idealización a posteriori si aquellos personajes no hubiesen  en vida suscitado ese ideal entusiasmo, si no hubiesen sido de hecho ideales o arquetipos. España Invertebrada.  No se hizo de ellos modelo porque en vida fueron influyentes piensa Ortega, sino al contrario, fueron influyentes, socializadores, porque fueron desde luego modelos.  Es decir:”En una sociedad familiar, padre y madre son modelos natos de los hijos, y además, ideales el uno del otro. Cuando este influjo se aniquila, la familia se desarticula”. España invertebrada.
Por todo ello, y de acuerdo con el autor, si queremos tener una idea clara sobre las fuerzas radicales productoras de socialización, hemos de tener en cuenta el hecho de que las asociaciones primarias no fueron de carácter político y económico. El poder, con sus medios violentos, y la utilidad, con su mecanismo de intereses, no han podido engendrar sociedades sino dentro de una asociación previa. Estas primigenias sociedades tuvieron un carácter festivo, deportivo o religioso[2]. La ejemplaridad estética, mágica o simplemente vital de unos pocos atrajo a los dóciles. Así lo manifiesta Ortega: “Todo otro influjo o “cracia” de un hombre sobre los demás que no sea automática emoción suscitada por el arquetipo o ejemplar en los entusiastas que le rodean, son efímeros y secundarios.” España Invertebrada. De acuerdo con el filósofo madrileño, no ha habido jamás otra aristocracia, más que la fundada en ese poder de atracción psíquica que arrastra a los dóciles en pos de un modelo.  Se dice que la sociedad se divide en gente que manda y gente que obedece, pero dicha obediencia sólo podrá ser normal y permanente, en la medida en que el obediente otorgue en íntimo homenaje al que manda, el derecho a mandar. Es decir,  un hombre eminente, en vista de su ejemplaridad, es dotado por la muchedumbre dócil de cierta autoridad pública. Ahora bien: “Muere aquel hombre y su autoridad queda como un hueco social, especie de forma anónima que otros individuos vendrán a ocupar unas veces con mérito bastante, otras sin él. A la postre, el prestigio de la autoridad durará lo que dure el recuerdo de las personas que la ejercieron”. España Invertebrada.

Así, Ortega considera que la obediencia supone docilidad, y es más, hace especial hincapié en que no confundamos la una con la otra: se obedece a un mandato, se es dócil a un ejemplo, y el derecho a mandar no es sino un anejo de la ejemplaridad.  De esta manera el autor vendría a definir la sociedad, en última instancia, como la unidad dinámica espiritual que forma un ejemplar y sus dóciles. “Esto indica que la sociedad es ya de suyo y nativamente un aparato de perfeccionamiento. Sentirse dócil a otro lleva a convivir con él y, simultáneamente, a vivir como él; por tanto, a mejorar en el sentido del modelo”. España Invertebrada. Toda raza humana –todo pueblo- o forma de sociedad que no haya degenerado, supone esa gravitación originaria de las almas vulgares, pero sanas, hacia formas egregias; y ese impulso hacia el modelo que haya en una sociedad es lo que ésta tendrá de tal. Todas las razas y pueblos por tanto, producen personalidades egregias, ahora bien, las más finas producen una mayor cantidad que las más bastas, y ahí es dónde estará el criterio de superioridad entre unas y otras. A juicio del filósofo madrileño,  un pueblo necesita de la excelencia de estas personalidades óptimas en todos los niveles de la sociedad para no decaer. Esto es, necesita ejemplares que cumplan con las funciones para las que mejor están dotados en todas las clases y grupos. De hecho, el autor afirma que: “... si durante varias generaciones faltan o escasean hombres de vigorosa inteligencia que sirvan de diapasón y norma de los demás, que marquen el tono de intensidad mental exigido por los problemas del tiempo,  la masa tenderá, según  la ley del mínimo esfuerzo, a pensar con menos rigor cada vez; el repertorio de curiosidades, ideas, puntos de vista, menguará progresivamente hasta caer bajo el nivel impuesto por las necesidades de la época. Tendremos el caso de una raza entontecida, intelectualmente degenerada”. España Invertebrada.
Definitivamente, este mecanismo de EJEMPLARIDAD-DOCILIDAD, tomado como principio de la coexistencia social, tiene la ventaja, no sólo de sugerir cuál es la fuerza espiritual que crea y mantiene las sociedades, sino que a la vez, aclara el fenómeno de las decadencias e ilustra la patología de las naciones. Ortega piensa que cuando un pueblo se arrastra por la historia enfermizo de gravedad, es siempre porque le faltan hombres ejemplares o porque las masas son indóciles. Y la coyuntura extrema consistirá en que ocurran ambas cosas. Las relaciones entre la aristocracia y la masa es la raíz del hecho social, es previa a todos los formalismos éticos y jurídicos.
 Acabada por tanto la disquisición iniciada en entradas anteriores por un lado, y después de analizar y clarificar estos conceptos por otro, cabe decir que Ortega  -antes de adentrarnos en el apartado crucial de la obra-  para concluir el punto en el que nos encontramos, de nuevo vuelve a fijar su mirada en la realidad española. El autor, teniendo presente los conceptos de “ejemplaridad” y “docilidad” recientemente expuestos, considera que fácilmente descubriremos en ella –a la realidad española se refiere-  un atroz paisaje saturado de indocilidad y sobremanera exento de ejemplaridad. Así lo expresa: “Por una extraña y trágica perversión  del instinto encargado de las valoraciones, el pueblo español, desde hace siglos, detesta todo hombre ejemplar, o, cuando menos, está ciego para sus cualidades excelentes. Cuando se deja conmover por alguien, se trata, casi invariablemente, de algún personaje ruin e inferior que se pone al servicio de los instintos multitudinarios”. España Invertebrada. El dato que mejor define la peculiaridad de una raza, de un pueblo, es el perfil de los modelos que elige. Ortega y Gasset diagnostica que la enfermedad, el mal padecido por nuestro pueblo, aunque no el único, pero sí el más profundo y el más cercano a la verdad es: la aristofobia u odio a los mejores.
Próximo post: La ausencia de los mejores I –Primera parte-.




[1] De acuerdo con Ortega, fuerza y utilidad son como corrientes inducidas que se producen dentro del circuito social una vez que se ha formado, no son por tanto, la causa de su formación.
[2] En este carácter festivo y deportivo, que también podíamos denominar lúdico, jovial..."dionisiaco", observamos un inequívoco signo de la influencia de Nietzsche en la concepción de Ortega y que, por no venir al caso, no nos detendremos en la misma. Ahora bien, a pesar de ello, convendría una explicación dirigida a aquellos lectores no familiarizados con la materia tratada y que, evidentemente por la razón esgrimida anteriormente, no vamos a llevar a cabo; no obstante, sí que arrojaremos algo de claridad a la expresión: con carácter deportivo, festivo o religioso,  Ortega se refiere a que aquello que impulsó la formación de esas sociedades primigenias  -o causa de esa asociación de individuos- fue un elemento de carácter emocional e instintivo, que no "racional".

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