En esta entrada, como segunda parte del punto “La ausencia de los mejores”, proseguimos con las ideas expuestas en el anterior post. No obstante y antes de adentrarnos plenamente en las mismas, conviene subrayar que, en este apartado, Ortega introduce una, llamémosla, “digresión” histórica, para ilustrar con un mayor grado de claridad aquello que considera como “LA RAÍZ” de todas las desgracias nacionales: el hecho de que en España no hubiera habido prácticamente feudalismo. Como bien dice:”… lejos de ser una virtud, fue nuestra primera gran desgracia y la causa de todas las demás”. España Invertebrada. Ahora bien, previamente al inicio del análisis conviene hacerse varias preguntas totalmente pertinentes: ¿Por qué el filósofo madrileño considera tan importante el hecho de que en España no hubiera habido prácticamente feudalismo? ¿En qué sentido y hasta qué punto influyó negativamente en los destinos de nuestro “pueblo”? En lo sucesivo Ortega aporta las claves para la correcta comprensión del problema.
España es un organismo social que pertenece a un “tipo” de naciones germinadas en el centro y occidente de Europa cuando el Imperio Romano sucumbe. Eso significa que España posee una estructura específica idéntica a la de Francia, Inglaterra e Italia. Las cuatro naciones se forman por la conjugación de tres elementos, dos de los cuales son comunes a todas y solo uno varia. Esos tres elementos son los siguientes: en primer lugar, la raza relativamente autóctona; en segundo lugar el sedimento civilizatorio romano; y en tercer y último lugar, la inmigración germánica[1]. Ortega piensa que el factor romano, idéntico en todas partes, es un elemento por tanto, neutro en la evolución de las naciones europeas, mientras que si atendemos a otro de los factores mencionados, la base autóctona, puede parecer que sea lógicamente el elemento que diferencie a unas y otras –de hecho Iberos y Galos eran muy diferentes- . No obstante y de acuerdo con el autor, pensar así es un error, porque aunque no niega la influencia diferenciadora de Iberos y Galos, considera que esta influencia no es decisiva, sino más bien superficial. Por tanto, ¿Por qué razón el elemento o factor diferenciador es la inmigración germánica?
España, Francia, Inglaterra e Italia -todas ellas pertenecientes a un mismo tipo de nación, como ha quedado dicho- no nacieron de la fusión de dos elementos -o pueblos- en un mismo plano -esto significa que en condiciones de igualdad ninguno obtiene un rango de superioridad en la fusión- como ocurre con las naciones orientales. Estas naciones europeas mencionadas son sociedades nacidas de la conquista de un pueblo por otro -pero no de un pueblo por un ejército, como aconteció en Roma-. Ahora bien, centrándose en lo sucesivo en ese tercer elemento, que no es otro que la inmigración germánica, y que realmente, es el factor decisivo en la diferenciación entre estas naciones europeas, Ortega considera que los germanos conquistadores no se funden con los autóctonos vencidos en un mismo plano, es decir, horizontalmente como ya se ha dicho en las líneas anteriores -aunque evidentemente recibieron el influjo de los mismos, así como de la disciplina romana-, sino que lo hacen verticalmente. Son ellos, en lo esencial, quienes imponen su estilo social -son el poder organizador- a la masa sometida. Son la “FORMA” mientras que la masa autóctona es “LA MATERIA”. De este modo, el carácter vertical de las estructuras nacionales europeas es su rasgo histórico típico, y es por tanto el que las diferencia de las asiáticas. Por ello -especifica el autor-, la diferencia real por ejemplo, entre Francia y España se deriva, no tanto de la diferencia entre Galos e Iberos, sino de la diferente calidad de los pueblos germánicos que invadieron ambos territorios. Esto es, la diferencia entre Francia y España es la diferencia entre el FRANCO y el VISIGODO. Ahora bien: “Por desgracia, del franco al visigodo va una larga distancia. Si cupiese acomodar los pueblos germánicos inmigrantes en una escala de mayor a menor vitalidad histórica[2], el franco ocuparía el grado más alto, y el visigodo un grado muy inferior”. España Invertebrada. Ambos pueblos supusieron ya, dos niveles de energía humana muy diferentes cuando entraron en las Galias y en la Península Ibérica respectivamente.
¿Por qué ocurre de ese modo? De acuerdo con Ortega y Gasset, el visigodo era el pueblo más viejo de Germania, había convivido con el Imperio Romano en su hora más corrupta y había recibido su influjo más directo y envolvente, por lo mismo, era el más civilizado - el más reformado y deformado con respecto a su carácter nativo y autóctono-. Porque la “civilización” a diferencia de la “cultura”, es un conjunto de técnicas mecanizadas, de excitaciones artificiales, de lujos –o luxuria- que se van formando por decantación en la vida de un pueblo. Inoculado a otro organismo popular es siempre tóxico, y en altas dosis es mortal. [“Un ejemplo: el alcohol fue una luxuria aparecida en las civilizaciones de raza blanca, que, aunque sufran daños con su uso, se han mostrado capaces de soportarlo. En cambio, transmitido a Oceanía y al Africa negra, el alcohol aniquila razas enteras.” ]...[ "Eran pues los visigodos, germanos alcoholizados de romanismo, un pueblo decadente que venía dando tumbos por el espacio y por el tiempo cuando llega a España, último rincón de Europa donde encuentra algún reposo."] España Invertebrada. Un pueblo renqueante y enfermizo el visigodo sin prácticamente atisbos de vitalidad. Llegados a este punto, conviene ya poner sobre la mesa la cuestión crucial: el feudalismo. El rasgo más característico de los Germanos en la creación de formas sociales fue el feudalismo[3].
El espíritu romano -y lo citamos por ser un pueblo de referencia, pudiendo ejercer de este modo, como modelo o criterio comparativo con los germanos- para organizar un pueblo, lo primero que hace es fundar un Estado ; y es más, no conciben la existencia y actuación de los individuos sino como miembros de ese Estado, de la “CIVITAS”. El romano no es el “señor” de su gleba, es en cierto modo su siervo -todos, individualmente se deben al Estado-. El romano es agricultor. Por el contrario, para el espíritu germano el pueblo se organiza a partir de unos cuantos hombres enérgicos que con el vigor de su puño y su amplia vitalidad –fuerza, capacidad de creación- saben imponerse a los demás y, haciéndose seguir por ellos, conquistar territorios, hacerse “SEÑORES” de tierras. El germano tardó mucho en aprender y aceptar el oficio agrícola, ya que mientras tuvo ante sí en Germania vastas campiñas y bosques dónde cazar desdeñó el arado - aunque acabó haciéndolo por la invasión romana y su proceso de civilización; ni que decir tiene que la agricultura es un mecanismo civilizatorio-. No obstante, poco le duró la sujeción a la pacífica faena, porque en cuanto la población creció y cada tribu o pueblo se sintió apretada por el resto dentro de sus confines y las legiones romanas circundantes se debilitaron, resolvieron ganar todos los territorios colindantes del sur y del oeste, y encargaron a los pueblos vencidos su cultivo. Este dominio sobre la tierra, fundado precisamente en que el individuo que la domina no la trabaja –no la labra-, es el “Señorío”.
Ahora bien, pese a correr el riesgo de que la presente entrada quede inconclusa, hemos de dejarlo en este punto debido a que una de las dificultades que encierra trabajar con un apartado tan largo, es que exige ser dividido en varias partes, pudiendo cercenar con ello, la cohesión del cuerpo textual original. En la tercera parte de "La ausencia de los mejores" completaremos la información aportada hasta ahora. No obstante, antes de finalizar, es preciso señalar una cuestión de cierta relevancia, a saber: el citado concepto de “Señorío” es fundamental para la correcta comprensión del fenómeno feudal originado por el pueblo Germano y para el sentido en que lo considera Ortega; por ello, es importante hasta cierto punto exponerlo para que el lector pueda entender en qué medida el “elemento feudal” fue clave en el problema que el filósofo madrileño trata de analizar y esclarecer en esta obra, aunque con ello, indudablemente desviamos nuestra atención del foco principal del apartado: “La ausencia de los mejores” . Por tanto, para no alargar en exceso el post, y a la vez no desviarnos innecesariamente del hilo argumental del mismo, dispondremos la explicación del concepto de “SEÑORÍO”[4] brevemente en una nota a pie de página para que el lector pueda tener una “visión” más clara y completa del asunto en el que nos movemos, pudiendo profundizar en el mismo más adelante cuando en el blog publiquemos los apéndices de la obra. En la primera entrada que incluiremos a modo de apéndice nos detendremos en una explicación más exhaustiva del concepto de “Señorío”.
Próximo post: La ausencia de los mejores III –Tercera Parte-.
[1] Ortega y Gasset afirma que: “Las peripecias a través de las cuales estos tres elementos se mezclan hasta formar las entidades nacionales, son sumamente diversas en los cuatro países. Hasta qué punto esas peripecias modifican la estructura común a todos, no es cosa que quepa ni siguiera apuntar en estas páginas. Pero, dado el desconocimiento de la propia historia que padecemos los españoles, es oportuno advertir que ni los árabes constituyen un ingrediente esencial en la génesis de nuestra nacionalidad, ni su dominación explica la debilidad del feudalismo peninsular”. España Invertebrada.
[2]Con respecto a ello Ortega afirma: “Yo quisiera que mis lectores entendiesen por vitalidad simplemente el poder de creación orgánica en que la vida consiste, cualquiera que sea su misterioso origen. Vitalidad es el poder que la célula sana tiene de engendrar otra célula, y es igualmente vitalidad la fuerza arcana que crea un gran imperio histórico.” España Invertebrada.
[3]Ortega realiza una importante aclaración respecto al término “feudalismo”, indicando que la citada palabra
puede llevar a confusiones. El autor piensa que, en rigor, sólo debiera llamarse feudalismo al conjunto de fórmulas jurídicas que desde el siglo XI se emplean para definir las relaciones entre los “señores” o “nobles”. Ahora bien, lo importante para el filósofo madrileño y a lo que él llama feudalismo, no es el esquematismo de esas fórmulas, sino el espíritu preexistente a ellas, y que luego de ser arrumbadas continuó existiendo y operando.
[4] Antes de exponer sucintamente el concepto de “Señorío”, conviene subrayar que éste está ligado al concepto de derecho. Por tanto, nada mejor para su explicación que partir de la respuesta que daría un “Señor” germano, en el hipotético caso de que pudiésemos preguntarle personalmente lo siguiente: ¿Con qué derecho posee la tierra? -de hecho, es el recurso narrativo que utiliza Ortega en este punto- . Su respuesta sería: “Mi derecho a la tierra consiste en que yo la gané en batalla y en que estoy dispuesto a dar todas las que sean necesarias para no perderla”. Esta respuesta es muy significativa para lo que aquí se trata, esto es, para el señor germano, el esfuerzo guerrero es un modo de fuerza y vitalidad más de entre tantos otros, y que representa un principio de derecho totalmente lleno de sentido, aunque pueda aparentar su negación. Al germano no le preocupa el derecho económico sobre el rendimiento de las tierras –el derecho de propiedad o derecho a sus frutos- , eso se lo deja al labrador. Lo que realmente le preocupa es el derecho de autoridad sobre esas tierras. Es decir, le preocupa mucho más quién será el juez, rector y organizador de esa masa humana en cuerpo social. Por eso el germano no es propietario del territorio, sino más bien “SEÑOR” de él. El espíritu feudal germano no implica tanto el cobro, como el querer mandar, juzgar y tener leales. Ahora bien: ¿Quién debe mandar?; De acuerdo con el señor germano, mandará quién pueda mandar –sin que signifique ello que se pretenda sustituir el derecho por la fuerza- . Para él, los derechos superiores son anejos a la calidad de la persona, esto es, los derechos por su esencia misma, tienen que ser ganados y después de ganados, defendidos. El derecho es igual a los méritos del individuo, sólo existe como atributo de la persona. El hecho de ser capaz de imponerse al resto, utilizando no sólo la fuerza, sino también la persuasión, es el signo indiscutible de que se vale más que los demás y de que se merece mandar. Se tienen derechos porque se es previamente persona viva, y se tienen más o menos derechos según las potencias y/o excelencias de la persona reconocida por sus actos. Por el contrario, la idea del derecho romano y moderno –por establecer otro principio de derecho diferente con el que establecer una comparación-, sostiene que el hombre por el mero hecho de nacer tiene en principio plenitud de derechos, es decir; el derecho es anterior a la persona, y como el derecho supone sanción, resulta que el Estado es anterior a la persona, siendo éste quién define, regula y garantiza los mismos. De este modo, cuando al señor feudal alguien le disputa los derechos, le repugna dirimir sus asuntos a través de tribunales impersonales que arbitren, sino hacerlo cara a cara, de hombre a hombre, a través de la lucha física. Pero a efectos prácticos y así evitar demoras innecesarias en la resolución de conflictos por la intervención de tribunales y por la citada lucha física, el feudalismo creó la institución de la “Puridad” –derecho del feudal a resolver un pleito, antes de ser judicialmente perseguido, en conversación privada y secreta con el superior jerárquico: el Rey por ejemplo.- La más grave injuria que un rey podía hacer a un señor feudal era, de hecho, negarle la puridad. Por tanto, el Estado Germánico consistirá en una serie de relaciones personales y privadas entre los señores de carne y hueso que van a ser el poder organizador de las nuevas naciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario