Comenzaremos el presente post incidiendo de nuevo en que, los cinco textos que componen el apéndice tercero: “El poder social. [El caso de España]”, están vertebrados todos ellos por el mencionado concepto de “Poder Social”. Por tanto, y de acuerdo con Ortega, para realizar con rigor la topografía del poder social en España y su reparto entre las clases y oficios, tropezamos con un caso de difícil apreciación, tal y como subrayamos en la anterior entrada: LA IGLESIA, EL CLERO. Es decir, es muy difícil contra las opiniones comunes, evaluar la fuerza efectiva de la Iglesia en este país. El filósofo madrileño considera que las causas son muchas y variadas, pero la primera de todas reside en nuestra ignorancia del efectivo papel que la iglesia juega en la dinámica española. La mayoría de españoles tenemos opiniones toscas y patéticas, ideas de sacristía y de casino radical sobre la cuestión.
No obstante, y de acuerdo con Ortega habría que distinguir dos cuestiones que se antojan importantes para afrontar esta problemática: Por un lado, y en primer lugar, como en una serie de círculos concéntricos, hay que percatarse de la cuantía del influjo religioso, del influjo católico y del influjo clerical. Y por otro lado, en segundo lugar, después de reconocer la gran importancia del influjo clerical, habría que preguntarse si toda fuerza que el clericalismo usufructúa en España es propia suya, o proviene -y no en escasa medida- de su intervención constante en los actos del “Poder Público” - tal y como indicamos en el anterior post, no olvide el lector que, por el mero hecho de tener su mano en los resortes del poder público se duplicaba el influjo de un partido-.
Sin embargo la pregunta que cabe hacerse aquí es la siguiente: ¿Cuál ha sido la relación precisa entre clericalismo y poder público durante los últimos cincuenta años? Es evidente que el clericalismo ha regulado en España siempre la gobernación, pero al mismo tiempo, es un hecho que la legislación ha sido inequívocamente liberal. Ahora bien, ¿Cómo se compaginan las dos cosas? ¿Si el clericalismo tiene el enorme poder que se le atribuye, cómo ha soportado esa legislación liberal? Es más, es un hecho que el clero nunca ha dejado de la mano al poder público y la mera posibilidad de alejarse de él le aterra. La hipótesis que aduce Ortega y Gasset al respecto, es que el clericalismo tiene mucha menos fuerza auténtica de la que se le atribuye y, por lo mismo, falto de confianza en su propio influjo sobre la sociedad recurre al poder público a fin de poder multiplicarla aparentemente. Por su parte el “Poder Público”, por motivos que el filósofo madrileño no menciona, acepta gustosamente esa tutela. Es decir: “…el clericalismo careciendo de fuerza suficiente para sostener las instituciones, viene con él a un acuerdo tácito, según el cual se establece cierta dosis de legislación liberal, determinada de una vez para siempre, carne que se echa a las fieras, y se organiza al mismo tiempo la resistencia desde arriba a toda posible ampliación y progreso de ese régimen libre” .España Invertebrada.
El autor advierte que si ha subrayado esta cuestión no es porque sea el aspecto más sustantivo del problema, sino porque aquí se ve claramente la contradicción. Por tanto, el poder social de la Iglesia en España no tiene tanta magnitud como habríamos pensado. Aunque bien es cierto que sí tuvo en su día cierto poder social. Sin embargo y matizando algo más la cuestión, el clero influye mucho en la vida española; mientras el cura, incluso el alto dignatario eclesiástico “pintan” poco en nuestra convivencia social. Esto es, el sacerdote, el fraile y el obispo gozan de brillante situación dentro del grupo clerical, por tanto piensa Ortega, tienen gran poder de grupo, pero no social. Sus predicamentos están taxativamente limitados por los ámbitos de un partido, por lo que fuera de su ámbito, en la sociedad nacional, tienen escaso papel.
Esta desproporción entre lo mucho que son dentro del grupo beato y lo poco que son puestos a la intemperie plantea a los obispos una insospechada dificultad: la dificultad de los gestos. Ello significa que los sacerdotes necesitan para ser discretos de dos repertorios de gestos. Porque cuando por azar se filtran gestos de episcopia más allá de su territorio y caen sobre el gran público, la reacción de éste, es decir, su sorpresa y extrañeza miden exactamente la diferencia que hay entre el poder del grupo y el poder social. En cambio un político puede hacer los “gestos” que quiera, porque como individuo, nos podrá parecer un mentecato o no, pero no nos extraña, no nos sorprende su aire de “personaje”. De hecho así lo expresar Ortega: “Porque, en efecto, queramos o no, el político es en España un personaje y hasta puede decirse que no hay entre nosotros otro modo normal de ser personaje que ser político. (Ya veremos las deplorables y múltiples consecuencias que esto trae).” España Invertebrada. Además, el filósofo madrileño considera que, si nos fijamos, la prensa no habla del sacerdote, del fraile o del obispo -sin que signifique ello que está en contra del clero- más que cuando ejecutan actos políticos.
En definitiva, el filósofo madrileño finaliza el texto subrayando que ésta, su opinión, no le convierte en un anticlerical –advierte especialmente al lector anticlerical para evitar interpretaciones equívocas- y estima que es prescripción elemental del oficio de escritor no prestar servicio a ningún partido y evitar el apoyo inmundo de todos ellos -lo inmundo no es el partido, sino su apoyo al escritor-. El escritor tiene que vivir en el aire, sin apoyos. Hay que dejarlo en la limpieza y humildad de su oficio: mira en torno al mundo, oye lo que dicta el hecho, nada más. Esta consideración llevará a Ortega a plantearse la cuestión del poder social del escritor, cuestión que abordará en el siguiente artículo.
Próximo post: Apéndices III: El Poder Social. Artículo III: [La profesión literaria].
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