Una vez concluidas las inmerecidas vacaciones estivales, ha llegado la hora de proseguir con la actividad del blog, y en concreto, con la exposición de la obra de Gustavo Bueno: "El fundamentalismo democrático. La democracia española a examen", nueva tarea que nos habíamos impuesto, tal y como señalamos en el anterior y último post publicado en julio. Aquella entrada finalizaba con el planteamiento de una serie de cuestiones que el autor tratará de analizar y de responder en la obra que vamos a comentar en lo sucesivo. Fundamentalmente se pregunta lo siguiente: ¿Qué es la corrupción?, ¿Qué es la democracia?, ¿La corrupción aniquila la democracia?, ¿Es la democracia el fin de la historia?...
Antes de comenzar con el planteamiento del problema, en primer lugar, conviene aclarar qué es el FUNDAMENTALISMO DEMOCRÁTICO de acuerdo con el profesor Bueno; a saber: el fundamentalismo democrático consiste en la creencia de que la democracia parlamentaria es la forma más depurada de convivencia política y social lograda por el hombre a lo largo de la historia, y mediante la cual se han alcanzado “de una vez por todas” aquellos “valores supremos” –proclamados por la revolución francesa- de la libertad, la igualdad y la fraternidad –solidaridad en la actualidad-. Ahora bien, ello implica que –y aquí entramos de lleno en el núcleo de la cuestión-, esta concepción tiende sistemáticamente a localizar y focalizar la CORRUPCIÓN en democracia -“fenómeno” clave en su ámbito conceptual en la problemática que aborda esta obra- al campo de las conductas individuales de funcionarios, políticos o empleados de la sociedad política[1] o civil[2]. Por tanto, analizar la democracia como sistema, implica ineludiblemente dar cuenta de la corrupción, definiendo, tipificando y delimitando aquello que sea tal fenómeno. Respecto a ello, el autor considera que el concepto de corrupción que sostiene la concepción fundamentalista democrática se refiere a la corrupción de individuos concretos, afirmando que se produce una devaluación que afecta en todo caso, a muchos ciudadanos, incluso a la práctica totalidad de los mismos –"sociedad civil"- , pero no al SISTEMA DE LA DEMOCRACIA en sí, quedando este y sus valores “superiores”, inmaculados. Para el fundamentalismo democrático los corruptos son los individuos -las personas- pero no el sistema, no la “DEMOCRACIA”. Por otro lado, y en este punto, cabe incidir en la importancia del funcionalismo político[3] respecto a la corrupción –posición contraria a la fundamentalista- , que sucintamente introduce el filósofo y que hay que tener en cuenta para adquirir una visión más completa del problema. Ahora bien, a pesar de que este es un debate muy interesante, no podemos detenernos en estos momentos en él, por lo que remitimos la cuestión de un modo muy breve a una nota a pie de página.
Realizado el inciso y retomando de nuevo el hilo del discurso, cabe decir que, al sostener la posición mencionada anteriormente y llevarla al límite, el demócrata fundamentalista -“radical”- se convierte en una especie de puritano, esto es, en un moralista –un fundamentalista ético- , que no está dispuesto a separar los valores en diversas categorías –tiende a olvidar que los valores gozan de una pluralidad de categorías-. Así quién es juzgado como corrupto será descalificado en todas ellas. Es por ello por lo que el fundamentalista no tiene en cuenta que el valor de un profesional como tal –considerando la profesión como una de tantas categorías a las que un individuo puede pertenecer- es completamente independiente de sus valores políticos, democráticos y morales, postulando una yuxtaposición entre ética y política. Por tanto, tal y como advierte el profesor Bueno, si se da por ejemplo, una incoherencia entre aquellos que transmiten el mensaje de obediencia a las leyes y al mismo tiempo se excluyen de su cumplimiento –sean éstos políticos, jueces, gestores y/o administradores públicos…- , será en cualquier caso en el terreno de los valores lógicos[4], no en el terreno moral –o de los valores éticos-. El autor plantea que, en general, los valores éticos se dan en una escala distinta a la de los valores políticos. Los ejemplos al respecto son muchos, no obstante, citaremos brevemente varios muy interesantes e ilustrativos que aparecen en el libro: Por un lado tenemos el caso de Francis Bacon (1561-1626)[5], que como canciller, reconoció las acusaciones de cohecho y prevaricación que se le imputaron, lo que le acarreó varias inhabilitaciones, multa y condena en prisión –que a los pocos días le fue retirada- ahora bien, su reconocida corrupción en el terreno político-administrativo no mermó su prestigio en todo el mundo como científico y filósofo. En cambio por otro lado, en segundo lugar, tenemos el caso del reconocido filósofo alemán Martin Heidegger (1889-1976), y que en nuestros días muchos son los que se olvidan de su talla como tal y de sus aportaciones a ésta disciplina, etiquetándolo de fascista por la estrecha vinculación que tuvo con el movimiento nazi. Incluso hay casos en los que los valores éticos alcanzan todo su "brillo" a través de la corrupción administrativa, como fue el caso de Oscar Schindler, con los sobornos a funcionarios del Tercer Reich, necesarios para elaborar su famosa lista.
El profesor Bueno apunta que para quienes han tenido experiencia de una dictadura –ya sea ésta fascista o comunista- como pueda ser el caso de España:… “la democracia se presenta como un “espacio de libertad”, una realidad transparente y hermosa. Se reconocerán, sin duda, en la democracia, algunos puntos oscuros o sucios, pero estos se interpretarán como residuos puntuales de la dictadura precedente, como déficits circunstanciales que son remediables y que, en todo caso, no afectan a la fragancia del conjunto. En último caso, estos puntos oscuros o sucios se pondrán en la cuenta no de la democracia, sino de la “vida humana”, en general, de sus limitaciones o miserias.” El fundamentalismo democrático. Como ya dejamos claro en las primeras líneas del post, el fundamentalismo democrático siempre tenderá a ver en la democracia parlamentaria el sistema más sano y perfecto de una convivencia social y política perenne; por lo que no podemos dudar de su “ESTRUCTURA SISTÉMICA”. Reseñando de nuevo la tesis fundamentalista, no es la democracia en sí lo que falla, sino los individuos de la misma, puesto que este sistema, “supuestamente”, cierra el ciclo histórico de ensayos humanos para establecer un modo de convivencia política en libertad, igualdad y solidaridad: La democracia por tanto -según el fundamentalista de la democracia- es el fin de la historia. Ahora bien, nada más lejos de ello, Gustavo Bueno alberga la sospecha de que el fundamentalismo democrático en general, como todo fundamentalismo, es un modo más de encubrir la realidad. En concreto, y en nuestro caso -el caso de España- es una enfermedad crónica e incurable de un sistema “corrompido” desde siempre, cuyo hedor intenta disimularse a toda costa. El autor nos alerta de que si para combatir la “corrupción” –la enfermedad- aplicamos más democracia –como no se para de vocear desde la esfera política-, la corrupción se agravará todavía más si cabe, conduciendo acaso a la muerte del propio sistema. Ni que decir tiene que desde la posición fundamentalista, se verá está postura como un ejercicio de “fascismo”, “comunismo” o incluso, “liberalismo”.
Sin embargo –y esto es fundamental para entender la cuestión que aquí se plantea- el filósofo aborda en esta obra el concepto de corrupción en un sentido amplio, es decir; el concepto de corrupción no se circunscribe o reduce única y exclusivamente a cómo lo hace el código penal –que lo limita al cohecho, prevaricación, malversación y nepotismo atribuidos a políticos o funcionarios-. El concepto de corrupción que el autor analiza en esta obra intersecta con el campo semántico[6] de la “PERVERSIÓN”, “DEGENERACIÓN”, “DESCOMPOSICIÓN” Y “DEGRADACIÓN”. Circunscribir por tanto, el fenómeno de la corrupción únicamente a lo que estipula el marco jurídico penal –ámbito de las corrupciones delictivas-, es arbitraria e injustificada, y no es una cuestión meramente semántica y mucho menos gratuita: tiene que ver con el fundamentalismo democrático. De este modo, defender tal postura, implica ciertas dosis de superficialidad ideológicamente interesada en mantener inmune al sistema democrático de los gérmenes contagiosos de la corrupción, considerando que por abundantes y escandalosos que sean los casos de corrupción, el Estado de derecho tiene la fuerza y los mecanismos necesarios y eficaces para “purgar” las corrupciones “circunstanciales” que en él se den, y que son producto de la misma libertad que la democracia propicia, sin verse afectado el “núcleo sano”, esto es: los fundamentos mismos de la democracia –las personas corruptas con nombres y apellidos, acusadas y juzgadas, en todo caso serán encarceladas, pero concluido su periodo de purificación podrán ser reinsertadas en la sociedad democrática-. Teniendo en cuenta todo ello y de acuerdo con el profesor Bueno, estamos ante la idea vulgar y corriente de corrupción. En el presente libro se centrará principalmente en abordar la “corrupción democrática” en el terreno de la ideología, o más bien como él la llama, “perversión doctrinal”, que no es delito – según aquello de que el pensamiento no delinque- y que a nuestro parecer es mucho más peligroso.
Ahora bien, es cierto que el término “corrupción” no es unívoco, sino que tiene muchos sentidos analógicos. Por ello, para profundizar en el análisis del campo de la corrupción que habita en la democracia, el autor comienza ofreciendo una doctrina de referencia de la democracia y la corrupción que se salga de los estrechos límites de la “corrupción legal”. De este modo, en la primera parte del libro, primeramente indaga en la idea de corrupción en toda su amplitud semántica, a continuación se adentra en la idea de democracia[7], y por último establece las conexiones internas entre ambas ideas. A continuación, en la segunda parte del libro, analiza algunos ejemplos significativos de corrupción democrática no delictiva –y que nosotros no expondremos en su totalidad- referidos a las diferentes capas de la sociedad política – capa basal, conjuntiva y cortical[8]-. En definitiva, al finalizar la obra habremos podido encontrar la respuesta a una de las preguntas fundamentales que se plantean en la misma, y que ya hemos formulado anteriormente: ¿La corrupción aniquila la democracia? En las próximas entradas abordaremos la teoría general de la corrupción.
[1] La sociedad política –o el Estado- se entiende como una organización social heterogénea, al estar constituida por diferentes grupos étnicos previos -tribus, pueblos, naciones… en sentido étnico-, orientada a mantener la propiedad del propio territorio frente a otras sociedades políticas, y a mantener el orden a través del conflicto de grupos y clases sociales. La organización de la sociedad política corre siempre a cargo de una parte de la misma que totaliza, a través del poder político, el resto de partes -aunque no del todo- proponiéndose como objetivo la eutaxia –el orden-. Esto es, la sociedad política es el global resultante del proceso mediante el cual una parte de la sociedad –gobernante- es capaz de hacer converger en torno a sí otras partes de la misma –gobernadas-, en principio divergentes, de tal manera que tal unidad global resultante es el núcleo mismo de la sociedad política, y cuyo mantenimiento –duración- es la esencia de la política. Así el núcleo de la sociedad política es el ejercicio del poder que se orienta objetivamente a la eutaxia –orden- de una sociedad según la diversidad de sus capas -conjuntiva, basal y cortical-.
[2] La sociedad civil es aquella que está constituida por ciudadanos que se reconocen entre sí determinados derechos y deberes. Es una parte de la esfera pública que se sitúa entre la familia y el Estado –la sociedad política-, y en la que éste último no interviene directamente. Comprende distintas organizaciones y asociaciones no gubernamentales que se crean con el propósito de promover la participación de los ciudadanos en asuntos de interés público –sin ánimo de lucro-. No obstante, cabe precisar que el concepto de sociedad civil suele emplearse muchas veces de forma imprecisa por las organizaciones políticas, los movimientos sociales y los medios de comunicación para referirse al conjunto de ciudadanos -o de las asociaciones que los representan- en tanto que contrapuesto a la sociedad política. La distinción entre sociedad civil y sociedad política es muy oscura y confusa. Etimológicamente la distinción no tiene mucho sentido, ya que civitas -de donde procede civil- es el término latino utilizado para traducir la voz griega polis -de la que deriva política-. Ahora bien, tampoco vamos a entrar en un estudio exhaustivo de ello, ni siquiera en la distinción que se realiza desde el materialismo filosófico –la doctrina filosófica de Gustavo Bueno-. Desde aquí únicamente pretendemos aportar unas definiciones generales más o menos aceptables y que, más que confundir, aclararen al lector poco versado en filosofía.
[3] Aquí nos limitaremos a exponer brevemente en qué consiste el funcionalismo “político” al respecto, por lo que no nos detendremos en explicar qué es el funcionalismo en general ni a especificar todos los ámbitos a los que se aplica. El funcionalismo político, respecto al fenómeno de la corrupción en democracia considera que, cierto grado de la misma puede conllevar una gran “eficiencia política”. Esto es, podría darse el caso de que en un sistema con cierto grado de corrupción, los asuntos administrativos se resolvieran con mayor fluidez que en un sistema incorrupto con un funcionamiento estrictamente burocrático y “cuartelero”, aun reconociendo evidentemente, el precio a pagar por ello, esto es, la justificación y legitimación de cierto grado de corrupción y las implicaciones que de ahí puedan derivarse. De hecho, el funcionalismo en este ámbito defiende precisamente que, es la corrupción –dentro de ciertos límites- lo que agiliza, incluso posibilita las relaciones entre gobernantes y gobernados en una democracia, especialmente cuando se da un “consenso” entre los sobornados, dispuestos a esperar su turno.
[4] Incoherencia entre planteamientos y conclusiones, como por ejemplo; cuando el político de turno de un partido que dice representar de los trabajadores; afirma defender los intereses de los mismos al tiempo que percibe unos emolumentos escandalosamente altos por su trabajo.
[5] Francis Bacon: primer barón Verulam, vizconde de Saint Albans y canciller de Inglaterra, fue un célebre filósofo, político, abogado y escritor. Considerado uno de los padres del empirismo, sus obras y pensamientos ejercieron una influencia decisiva en el desarrollo del método científico, siendo uno de los precursores de la nueva ciencia –esto es, de la “ciencia moderna”- .
[6] Conjunto de unidades léxicas de una lengua que comprende términos ligados entre sí por referirse a un mismo orden de realidades o ideas.
[7] El profesor Bueno reseña de un modo muy significativo que: “Y por supuesto, cuando hablamos de democracia, refiriéndonos a España, no lo hacemos en ningún sentido partidista, puesto que la corrupción afecta, según proporciones que habría que investigar, a los más diversos partidos”. El fundamentalismo democrático.
[8] La estructura de la sociedad política encarnada principalmente en el Estado, de acuerdo con el materialismo filosófico – la teoría filosófica del profesor Gustavo Bueno-, distingue tres capas del poder político, a saber: la primera de ellas, la Conjuntiva, engloba los poderes estrictamente políticos, es decir, el poder ejecutivo, legislativo y judicial; una segunda capa, la Basal, engloba todo lo que tiene que ver con la base económica -a esta parte pertenece el territorio apropiado por el Pueblo a partir del cual se formará el Estado, la planificación de la economía y su redistribución-; y por último, la tercera capa, la Cortical, engloba todos aquellos aspectos de una sociedad política que tienen que ver con sus relaciones e interacciones con otras sociedades políticas, en concreto aglutina el poder militar, el federativo –comercio, contrabando- y el diplomático. En su momento explicaremos más detenidamente la terminología empleada y esta “división de la sociedad política” que realiza el autor.
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