En el anterior post ya indicamos que Gustavo Bueno disponía de los
elementos necesarios, aunque no suficientes, para poder esbozar una teoría
general de la corrupción –una ontología[1]
de la corrupción-, o lo que es lo mismo, para poder reformular
filosóficamente el concepto ordinario de corrupción. Por ello, a continuación,
y antes de exponer la teoría sobre la idea general de corrupción que ofrece el
filósofo -desde la perspectiva del
materialismo filosófico[2]-,
desarrollaremos los dos elementos que faltan para completar el análisis, y que
se encuentran implícitos en el quinto y el sexto aspecto de indeterminación del
concepto de corrupción recogidos en la
entrada dedicada a la segunda parte del análisis del citado concepto. A saber:
En cuarto lugar –cuestión
que recoge con el quinto aspecto de indeterminación del concepto de corrupción-,
el profesor Bueno distinguió dos modos de corrupción, en función de las vías –antagónicas- que el sustrato debe
recorrer para alcanzar la condición de sustrato corrupto: corrupciones por disipación y corrupciones por condensación. Ahora
bien, en este punto la pregunta que se plantea es la siguiente: ¿Hasta qué punto puede mantenerse la
distinción entre estos dos modos dentro de la UNIDAD DE LA IDEA DE CORRUPCIÓN? Antes que nada, cabe
ejemplificar estos dos conceptos: Respecto a la idea de corrupción por disipación, se aprecia claramente en la doctrina de
Demócrito[3] sobre la
desintegración de un compuesto de átomos. Esto es, al desintegrarse el sustrato
compuesto en el ámbito de un espacio inmenso, pero que envuelve el conglomerado,
ese complejo desaparecerá ante nosotros porque los átomos dispersos en ese
espacio, por ser invisibles, intangibles, inodoros, incoloros e insípidos, no
podrán afectarnos a través de nuestra experiencia sensible. No obstante, este
proceso de disipación, más que un proceso de corrupción “parece” un proceso de aniquilación del sustrato, pero sólo lo
parece, puesto que la aniquilación es puramente experiencial, ya que los
elementos del sustrato permanecen ahí, aunque en estado invisible e intangible,
por lo que ningún átomo habrá sido corrompido. Por otro lado, respecto a la
idea de corrupción por condensación queda
muy bien ilustrada, en nuestros días, en los procesos descritos por los físicos
para dar cuenta de la formación de los “agujeros
negros”. Es decir, se produce una acumulación de masas gravitatorias en un lugar
tal, que el cuerpo compacto defina una superficie esférica cuyo radio se
aproxime al llamado radio de Schwarzschil
[4]
–para la Tierra por ejemplo, el citado radio sería el de una esfera con un
radio inferior a 1 cm, y en la que se concentraría toda la mas de la misma-.En
este proceso la gravedad no permitiría que escaparan los rayos de luz y el
cuerpo sería invisible, sin perjuicio de que pudieran constatarse en el entorno
efectos gravitatorios. De este modo,
no estamos ante un proceso de aniquilación, sino de transformación de un
sustrato –la Tierra- en otro, en el cual las partes formales no han tenido
siquiera por qué desaparecer. Por tanto
la Tierra en este caso no se ha corrompido al comprimirse.
En quinto lugar - cuestión
que recoge con el sexto aspecto de indeterminación del concepto de corrupción, y que se antoja crucial-
Gustavo Bueno considera que, la idea de corrupción en general implica “el partidismo” o posicionamiento –implicación subjetiva- de los sujetos que la conciben como tal
corrupción. Es decir, el filósofo piensa que por un lado, hay una implicación
entre la idea de corrupción y la perspectiva práctica -o antropocéntrica[5]- y por otro, reconoce la dificultad de mantener
la idea de corrupción desde la perspectiva puramente objetiva o especulativa[6]. Ahora bien, las disciplinas beta operatorias[7]
–que tienen en cuenta las operaciones que
realizan los sujetos- tratan de objetos cuya realidad no es absoluta, sino
que está definida en función de los sujetos que por tanto, asumen diferentes
actitudes prácticas ante los objetos de referencia. De ese modo la realidad de
los objetos de las ciencias prácticas es tan efectiva como la realidad de los
objetos de las ciencias llamadas por el autor “alfa operatorias” [8]–especulativas u objetivas, en las que no se
tienen en cuenta las operaciones del sujeto -.Ahora bien, ¿dónde está la
diferencia entre ambos tipos de ciencia? En las ciencias beta operatorias,
la realidad de sus objetos está dada, no ya en la “mente” de los sujetos, sino en la relación real que estos objetos
mantienen con los sujetos que “los
manipulan”. Y puesto que los sujetos –que
realizan operaciones, es decir, que actúan- no constituyen una clase o
conjunto uniforme en general[9], sino
una clase o conjunto de lo más diversificado en géneros, especies, grupos…,por
tanto, la realidad de los objetos no se debe establecer aquí por la relación de
tales objetos a la clase de los sujetos en general, sino por la relación de
unos subconjuntos de sujetos frente a otros. De este modo, en este tipo de
ciencias, los sujetos no pueden mantenerse al margen en su totalidad, sino que
tendrán que “tomar partido”,
implicarse y posicionarse en un subconjunto frente a los otros.
Por ejemplo, la corrupción en sentido fuerte[10] -como
pueda ser un caso de corrupción de menores- la entendemos como un proceso
objetivo, no mental o subjetivo, pero cuya realidad no es absoluta puesto que
está dada en función de determinados subconjuntos de sujetos capaces de tomar
partido o posicionarse ante los sustratos considerados corruptos. Estos objetos
se percibirán entonces como repugnantes, hediondos o fétidos, como inadmisibles,
como basura –o tal vez no- cuando se
trata de sustratos institucionales corrompidos por el soborno, el cohecho o la
prevaricación. El hecho de que un individuo que pertenece a cualquier
subconjunto de sujetos que se posicionan o “toman
partido” ante un sustrato corrupto y tienda a tildarlo como basura –lo cual supone una posición estética, esto
es, se posicionan en función de sus experiencias sensibles, incluso en función
de sus preferencias morales-, no autoriza a concluir que el objeto corrupto
sea pura apariencia, sea un contenido subjetivo-mental o bien que no exista en
cuanto tal. Lo que significa que, el
hecho de que un sujeto tome partido por una opción es precisamente la
constatación de esa opción, otra cosa es la determinación de las consecuencias
que ese posicionamiento implique. De hecho, el profesor Bueno lo ilustra de un
modo muy claro, a saber: la realidad objetiva -aun relativa al sujeto que percibe- que cabe atribuir a los
sustratos corruptos es análoga a la realidad objetiva que cabe atribuir por
ejemplo, a los colores, y en general a los qualia
cromáticos[11]:
El físico, como sujeto humano que
es, no puede percibir los qualia rojo
o azul, pero independientemente de ello, lo que a él le interesa desde el punto
de vista de su ciencia en esos qualia,
son las diversas longitudes de onda asociadas a las radiaciones que los
llamados cuerpos rojos y azules emiten. Ahora bien, eso no significa que los qualia rojo o azul sean meros contenidos
de nuestra conciencia o de nuestros nervios ópticos, sino que éstos son tan
objetivos y reales como las figuras que colorean –el rojo y el azul que percibo en los cuerpos de un paisaje están tan
objetivamente en él como pueda estarlo el paisaje mismo-, aunque su
realidad implique la percepción sensible afectación sensible de la retina ocular
y de la retina occipital de los ojos.[12]
El sustrato corrupto por tanto, puede ser una realidad objetiva, aunque
su condición de corrupta no se
constituye en la objetividad propia que considera el físico o el químico desde
su ciencia -que es
la objetividad referente a objetos y relaciones concebidas como independientes
de las operaciones humanas-, porque la objetividad que tiene que ver con
las operaciones humanas determinada por
el sujeto práctico, es la que se hace capaz
de estimar los valores biológicos, éticos, morales o políticos en cada caso.
Por tanto, este planteamiento explica la razón por la cual la corrupción habría
comenzado a definirse en torno a sustratos corruptos experimentados en la vida
tribal o doméstica –esto es, en la vida de grupos humanos primarios muy reducidos- de cuyos recintos estos sustratos pudieran
ser barridos o eliminados como basura. Porque ante tales sustratos primarios,
la toma de partido puede considerarse determinante en los procesos de
adaptación al medio. En cambio, la extensión de la idea de corrupción a los
dominios más lejanos del universo –cielos,
estrellas…- tendrá una génesis distinta, metafórica, literaria o mítica
puesto que, aunque se aceptará como una teoría, carece de base sensible o
estética y de significado práctico – con
ello se refiere a que no podemos percibir su corrupción a través de los
sentidos y la experiencia-. Con todo ello, y en este punto, el filósofo
propone como definición de la idea o concepto de corrupción en toda su
generalidad la siguiente: “La corrupción
es la transformación de un sustrato aparentemente sano, según su presencia
estética en el entorno del sujeto, en un sustrato que resulta ser repugnante y
aun peligroso para el mismo sujeto que descubre esa transformación”. El fundamentalismo democrático.
Definitivamente, si consideramos en sí mismo un proceso de degradación
cualquiera dejando de lado los efectos repulsivos que provoca en el sujeto –o en un subconjunto de sujetos frente a
otros-, la transformación del sustrato dejará de percibirse como corrupción
y pasará a percibirse como una fase más de la evolución del sustrato. Esto es
lo que ocurre cuando en algunos casos de corrupción política se advierte que no
son catastróficos, sino conservadores, porque en este supuesto la toma de
partido de los subconjuntos de sujetos favorecidos –grupos de personas determinadas-
por la corrupción dejará de tener el signo de la repulsión. En todo caso
la repulsión se dirigirá, no contra las instituciones corruptas, sino contra
los “subconjuntos de sujetos” que las perciben como corruptas, incluso de un
modo catastrófico.
Finalizaremos el post con un ejemplo que aporta el autor, y que
sintetiza de modo muy claro todo lo comentado en este punto: el caso de un huevo podrido. Tras su
cáscara aparentemente sana, similar a la de un huevo fresco, se oculta un
proceso degenerativo que transforma su contenido –sustrato- en una masa
fétida y repugnante que se nos manifiesta estéticamente –esto es, se nos muestra a los sentidos- al abrir la cáscara, considerándose como muy
peligrosa en cuanto alimento. Es precisamente esta repulsión sensible –estética- la que nos mueve a tirar el
huevo podrido a la basura, es decir, a alejarlo inmediatamente de nuestro
entorno. Ahora bien, cuando este mismo huevo lo abrimos en un laboratorio con
el fin de analizar el proceso de su transformación en sí mismo, al margen de
sus efectos sobre el comensal, la idea de corrupción habrá que ponerla entre
paréntesis. Ahora bien ¿quién podría en
sus cabales defender, partiendo de la visión estética y “subjetiva” del huevo
corrompido, su carácter apariencial o mental? Su realidad práctica y
objetiva, al margen de las operaciones del sujeto, es innegable y decisiva; es
más, la importancia de la percepción sensible y estimativa para la propia vida
es mucho mayor que la que pueda tener la profundidad inodora de un teorema
geométrico.
Próximo post:
¿Qué es la corrupción? Esbozo de una teoría acerca de la idea general de
corrupción –Ontología de la corrupción-.
[1]
La
ontología es una rama de la filosofía
que estudia lo que hay o existe, esto es, analiza las entidades que existen en
la realidad y las relaciones entre ellas. En éste
caso analiza la estructura real de la corrupción como entidad existente que es.
[2] Es la doctrina filosófica de Gustavo Bueno, que consiste
básicamente y a grandes rasgos, en la negación de la existencia de sustancias
espirituales, sin reducir el materialismo a mero corporeísmo –esto es, no todo lo material tiene porque
ser corporal-, como de hecho sucede con otros materialismos. El
materialismo filosófico admite la realidad de seres materiales incorpóreos: por
ejemplo, la relación real -no mental-
de la distancia que existe entre dos botellas de agua que están encima de una
mesa es tan real como esas dos botellas corpóreas; esa distancia es material
incorpórea, y nada tiene de espiritual.
[3]
Demócrito
de Abdera (Tracia, 460 a.C- 370 a.C). Fue un filósofo y matemático
presocrático griego, considerado como el fundador, junto con su maestro
Leucipo, de la corriente filosófica llamada atomismo, antecedente de la moderna
teoría atómica. Defendía que toda la materia del universo es una mezcla de
elementos originarios que poseen las características de la inmutabilidad y
eternidad, concebidos como entidades infinitamente pequeñas, y por tanto
imperceptibles para los sentidos, a los que Demócrito llamó átomos.
[4] El radio de Schwarzschild
es la medida del tamaño de un agujero
negro de Schwarzschild, es decir, un agujero negro de simetría esférica y estático. El
tamaño de un agujero negro depende de la energía absorbida por el mismo, cuanto
mayor es la masa del agujero negro, tanto mayor es el radio de Schwarzschild que
viene dado por la ecuación: rs=
2GM/c2. Esta expresión fue encontrada
en 1916 por Karl Schwarzschild y constituye parte de una
solución exacta para el campo gravitacional formado por una estrella con simetría esférica no rotante.
[5]
Desde la perspectiva de las llamadas “ciencias humanas” que, de acuerdo con
Bueno, pertenecen a las llamadas –según su
terminología- ciencias “beta
operatorias”, ya que en éstas ciencias no podemos dejar de lado las operaciones
que ejecutan los sujetos humanos.
[6]
Desde la perspectiva que considera los
objetos y las relaciones como independientes de las operaciones humanas,
perspectiva propia de las ciencias en las que se segregan de su campo de
estudio a los sujetos y sus operaciones, también llamadas por Bueno como “alfa operatorias”.
[7]
Las disciplinas llamadas por Gustavo Bueno “Beta operatorias” son aquellas
disciplinas científicas en cuyos campos son fundamentales para su objeto de
estudio, el tener en cuenta las operaciones que realizan los sujetos. Entre
ellas se encontrarían las llamadas “ciencias
humanas”.
[8]
Las disciplinas llamadas por Gustavo
Bueno “Alfa operatorias” son aquellas disciplinas científicas
consideradas como especulativas u objetivas, y en las que, a pesar de intervenir en su
realización “sujetos humanos”, no se
tienen en cuenta las operaciones del sujeto en su campo de estudio. Por
ejemplo: la física, la biología, la geología, la geometría…
[9]
El conjunto de los seres humanos jamás
puede constituir un conjunto uniforme debido a la gran variedad de elementos
diferentes que constituyen a los individuos concretos.
[10]
Léase el post: ¿Qué es la corrupción? Análisis
del concepto de corrupción. Parte I.
[11] Los qualia
son las cualidades subjetivas
de las experiencias
individuales. Por ejemplo, la rojez de lo rojo, o lo doloroso del dolor. Los qualia
simbolizan el vacío explicativo que existe entre las cualidades subjetivas de
nuestra percepción y el sistema físico que llamamos cerebro.
Las propiedades de las experiencias sensoriales son, por definición, no
cognoscibles –que no se pueden conocer- en la ausencia de la experiencia directa de
ellas; como resultado, son también incomunicables. La existencia o ausencia de
estas propiedades es un tema calurosamente debatido en la filosofía de la mente
contemporánea.
[12] Por ejemplo, respecto a ello cabe
decir que el ojo de la abeja aprecia una gama de colores diferentes a los de la
gama cromática humana.
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