jueves, 13 de junio de 2013

Apéndices III. El poder social. Artículo V: [El dinero].

En el presente post, último de la serie de artículos dedicados al apéndice: “ El Poder social”, y penúltima entrada del blog dedicada a “España Invertebrada”, el filósofo madrileño insiste en que llegados a este punto, ya podemos vislumbrar claramente la contraposición entre España y Francia –que toma como criterio comparativo- en lo relativo al citado concepto de poder social. Francia es el país dónde mayor número de actividades diferentes recibe la aureola del PRESTIGIO PÚBLICO. Sin embargo España es el país en el que casi nadie goza de ella. Ello significa que la sociedad española es mucho menos compacta y elástica que la francesa[1], es menos sociedad que la francesa. Ahora bien, está claro que Francia en este sentido, considera Ortega, está por encima de todos los pueblos. La nación entera vive y absorbe cuanto acontece en cada una de sus partes. Cuando un francés hace algo que sobresalga un poco, sea del orden que sea, conquista automáticamente la fama. No obstante: "Me parece una tontería atribuir este fenómeno a la vanidad gala , que se complace en exagerar el valor de sus hombres, ni tampoco a la vieja historieta de la cucaña en que los franceses entusiasmados aúpan a su conciudadano, favoreciendo su ascensión." España Invertebrada. Su explicación es mucho más profunda. El autor afirma que “famoso” no significa, ni más ni menos valioso, ya que “famoso” es aquel del que se habla en amplios círculos; incluso hay famas negativas, como la del criminal -y sobre todo en Francia, que se le da mucha popularidad-.
¿Por qué sucede esto en Francia? ¿Qué la diferencia de España? Porque -y de acuerdo con Ortega- simplemente a toda Francia le interesa cuanto acaece en un punto cualquiera de sí misma. Nada deja de aprovecharse socialmente, ni lo bueno, ni lo malo. No hay desperdicio. De este modo, y merced a esta fuerza, esta raza, que en ningún orden es genial, ha logrado dar un máximum de rendimiento. Todo cuanto acontece en ella es social, es decir, queda multiplicada su eficiencia por el volumen entero de la colectividad. En cambio en España, presenciamos la escena contraria. Si apenas nadie tiene entre nosotros poder social se debe a que nuestra sociedad es laxa, sin elasticidad, sin comunicación entre sus “trozos” o partes. Ahora bien, el filósofo madrileño piensa que la causa profunda de ello, no es la envidia ni el tan repetido “individualismo”; sino que es la falta de curiosidad y de afán de enriquecer nuestra vida con la del prójimo. Cada provincia, por ejemplo, vive hacia dentro de sí misma, absorta y abstracta del resto de la nación. Nuestra estructura social es una gran DISOCIACIÓN. Este es el mal profundo que late y subsiste en un nivel de profundidad mayor que todos los conflictos, luchas y desórdenes políticos y religiosos. Todo ello influye en el tipo y/o escaso poder social que se da en España, o más bien, en el poder social negativo que hay.  De hecho Ortega afirma lo siguiente: “Ahora, creo yo,  se manifiesta el sentido de estas consideraciones sobre el poder social. La falta de generosidad para otorgarlo que nuestra sociedad revela es gravemente nociva para ella misma”. España Invertebrada. En definitiva la raíz del asunto y toda su problemática, se encuentran detalladas en las cuestiones que el autor trata en los apartados titulados: “Compartimentos estancos” y "Apéndices III. El poder social. Artículo IV: [Un poder social negativo]"; y que evidentemente en estas líneas no reproduciremos de nuevo, sino que remitiremos al lector a las citadas entradas.
Sin embargo, aunque lo parezca, el autor no es pesimista, el señalar este defecto significa que se puede remediar. Hasta ahora ha dejado claro que: “…sólo hemos encontrado un oficio favorecido en España con poder social: el político”. España Invertebrada.  Pero si buscamos más, solo hallaremos otra fuerza que a su propia eficiencia añada la que espontáneamente surge de la sociedad: el dinero. El poder social del dinero no es peculiar de nuestro pueblo, sino un hecho capital de la época vigente. Pero que no se diga que también lo es de todas las épocas, porque eso es falso. El filósofo madrileño lo ejemplifica del siguiente modo: “En la Edad Media, como ahora, el dinero lo tenía el judío. Como ahora, había entonces que contar con éste, y, sin embargo, no tenía ningún poder social. Menos aún: el judío quedaba en  una posición negativa, infrasocial. Hoy el dinero se ha adueñado del mundo y, dentro del mundo, de España”. España Invertebrada. No obstante, hay que reconocer un matiz a nuestro favor, y es que el español dedica menos entusiasmo al oro que otras razas, a pesar de lo que Sajones y Franceses han vendido desde siempre, es decir, esa “sed de oro” en verdad no ha sido tal. Los españoles cumplían sus hazañas más bien por otros motivos que por  su “sed de oro”, ahora bien, el europeo de entonces -comienzo de la era capitalista- sí que sentía una fabulosa sed de oro, tal y como después se ha demostrado, y es por ello, por lo que se nos mete en el mismo saco.
Por tanto, aún siendo grande el poder social del dinero, en los ámbitos peninsulares es incomparablemente menor que en otros países. Ortega destaca el ejemplo de Norteamérica con respecto a este asunto. Afirma que allí, el rico destaca sobre la masa, el rico es su ideal y modelo. La escala de valores sociales radica exclusivamente en el éxito económico. La ambición encuentra como único medio de satisfacción el enriquecimiento, medio que por cierto, es entendido por todos y a todos está abierto. No hay concesión de patentes de nobleza, no hay títulos ni honores. La carrera política tiene poco prestigio, no da posición social; al contrario, es cosa mal mirada. En cambio “The man who made his pile”  -el hombre que hace su agosto- goza de respeto, esto es, el hombre hecho a sí mismo, que prospera en los negocios desde la nada y que sabe aprovechar las oportunidades,goza de admiración por parte de la sociedad. El rico es el centro del interés público, y en torno a esta figura se forma todo un mito y además, tal y como apunta el filósofo madrileño: “… llegará un día que sea tan difícil saber la verdad pura sobre Ford como lo es saberla sobre Cromwell, Napoleón o Washington”. España Invertebrada.
Finalizaremos el post con el convencimiento de que estas palabras contienen una buena descripción de lo que, por un lado, Ortega llama: PODER SOCIAL; y por otro lado, también nos sirven como criterio para calcular la cantidad de poder social que va en España aneja al dinero.

Próximo y último post de "España Invertebrda": Apéndices IV: [El método de las épocas y la sociedad europea].





[1] Léase  la entrada titulada:”Compartimentos estancos”; en dónde el autor expone el concepto de elasticidad social.

jueves, 6 de junio de 2013

Apéndices III. El poder social. Artículo IV: [Un poder social negativo].

En este post, y al hilo del concepto que vertebra el presente apéndice: “El poder social”, Ortega continua con el análisis –iniciado en la anterior entrada-  de la figura del escritor –intelectual- [1], pero ahora desde un nuevo enfoque, precisando de este modo, más si cabe, la cuestión aquí tratada. Como ya se expuso anteriormente, si la influencia directa del escritor es tan menguada sobre la sociedad española[2], está claro que no puede gozar de verdadero poder social, aunque es fácil que algunos literatos se hagan ilusiones de lo contrario, esto es: el oficio de escritor lleva consigo cierta aureola de notoriedad. Un escritor es más conocido que un banquero, que un industrial, ingeniero, abogado..., pero un hombre conocido no implica que se le tenga una dilatada estimación, ni siquiera conocimiento de la obra y de la persona. El filósofo madrileño considera que los que escriben son mucho más conocidos que leídos y más leídos que entendidos y estimados. Por ello, el tipo de vida que se ve obligado a llevar un escritor en España por el escaso poder social del que goza, le salva de una amarga desilusión. ¿Por qué? Porque vive recluso en un mínimo círculo de personas próximas al oficio intelectual, rodeado de una delgadísima película social que intercepta su visión del gran grupo colectivo. Cuando por azar perfora esa película y se encuentra con gente media, descubre con sorpresa que ni él ni los mejores de su gremio son conocidos más allá de la habitual tertulia.
Ahora bien; de acuerdo con Ortega, sería inexacto contentarse con decir que el escritor en España carece de poder social. De hecho encuentra otro concepto que, con más precisión, define la sorprendente situación del que escribe en España. De este modo el filósofo madrileño afirma: “Yo diría, pues, que el hombre de letras goza en Celtiberia de un poder social negativo” España Invertebrada. ¿Qué significa esto? ¿Qué entendemos por poder social negativo? “Simplemente, que para el buen español medio, el escritor como tal, es un hombre de fama, pero, entiéndase bien, de mala fama. Escribir es una forma de avilantez[3].” España Invertebrada.
Por tanto, para encubrir esa actitud de rechazo, la masa - y especialmente “la burguesía”-  elige una figura eminente y excelente con el fin de liberarse, con el homenaje constante, excesivo e ininteligente a su persona, de toda obligación con los demás. Un claro y acertado ejemplo de ello, y que trae a colación Ortega, es el caso de Ramón y Cajal: [“Se me dirá que hay casos de enorme y respetuosa popularidad y se me citará concretamente el constante homenaje de las clases sociales más diversas a un hombre como Ramón y Cajal.”]…[“Esa excepción, en cierto modo única, que se hace con Ramón y Cajal, trayéndole y llevándole como al cuerpo de San Isidro, en forma de mágico fetiche, para aplacar las iras del demonio Inteligencia, acaso ofendido, es una cosa que no se hace más que en los países donde no se quiere trato normal, próximo y sin magia con los intelectuales.”]…[“El hecho de ser justamente Ramón y Cajal el elegido acentúa, mejor aún, pone al descubierto casi obscenamente el irrisorio secreto que oculta tan aparente fervor. Porque apenas nadie tiene la más ligera idea de cuáles son las admirables conquistas del ilustre sabio. Por otra parte, la histología es una ciencia tan remota de la conciencia pública, tan neutra y sin color, que parece deliberadamente escogida para la apoteosis por un pueblo que considera la labor intelectual como una superfluidad, cuando no como una fechoría. Si Ramón y Cajal escribiese una sola página que afectase un poco más de cerca al ánimo español, presenciaríamos la ominosa evaporación de su poder social.”] España Invertebrada.
Es difícil encontrar en las naciones actuales nada que se parezca a la colocación sociológica del gremio intelectual en España. Vive al margen de la existencia normal colectiva. No se cuenta con él para nada, ni oficial ni privadamente, lo único que de él se espera es la extravagancia. En tales circunstancias es inevitable, aunque no justificado, el tono agrio, violento y chabacano que domina en nuestra producción literaria.  Ahora bien, lo sorprendente del caso, es que no se dé un tono más desesperado, y que bajo el escritor el hombre sea tan honrado. El filósofo madrileño subraya la honestidad civil del intelectual español: “Porque es preciso hacer constar la honestidad civil del intelectual español supera acaso a la de casi todos los gremios hermanos triunfantes en otros países. (No es posible decir lo mismo de su honestidad técnica: en general, no pone cuidado, ni mesura, ni elevación, ni rigor en su trabajo.)” España Invertebrada.  Además, esta irrealidad social de su oficio causa una peculiaridad que no ha sorprendido todo lo que debiera:  España es el único país europeo dónde los intelectuales se ocupan de política inmediata. Es decir, fuera de aquí, sólo como excepciones encontramos escritores mezclados en las luchas cotidianas de los partidos; pero aún así, en esos casos excepcionales el escritor cuida de separar su labor intelectual de sus inquietudes políticas -exigiéndole a sus intervenciones políticas todas las virtudes que rigen la obra intelectual-.  Así lo expresa Ortega: “Llevan pues, su intelectualidad íntegra a la política, al paso que entre nosotros la política más basta y pueril viene a anegar la intelectualidad.” España Invertebrada.
Es más, el intelectual podría elevar el nivel de los debates públicos merced a la superior disciplina de su intelecto, en cambio, en España la necedad constitutiva de la política diaria desintelectualiza al escritor. “Así acontece el hecho bochornoso de que los escritores españoles vivan separados por sus tendencias políticas -que son siempre las de la calle- más que por discrepancias intelectuales. España Invertebrada.  Por tanto, en opinión de Ortega, nunca falta el pretexto para que el intelectual mismo, siguiendo la tradición nacional, patee concienzudamente su oficio. “Falto de poder social, busca el escritor una compensación aproximándose al único oficio que goza de él en España. Siente apetito de mando efectivo y quiere ser político.” España Invertebrada.
Finalizaremos el post indicando, que el autor considera llegado el momento de inventar nuevos destinos y una nueva anatomía para nuestro pueblo -cuestión que el filósofo madrileño plantea en el tiempo en que fue escrita la obra, y que a día de hoy, permanecemos sin atisbar síntoma alguno que invite al optimismo-, pero ello no se puede llevara a cabo sin el gremio de las ciencias y las letras. Hace falta una técnica de la invención, hace faltar tener “oficio”, escuela, preparación del intelecto -porque vivimos en sociedades viejas y complejas y no se puede inventar historia a golpe de vista-. Ortega apunta: “Si los intelectuales españoles hubiesen sido fieles a la ley de su oficio sólo ellos poseerían hoy una verdadera política, un proyecto de vida nacional en grande, una norma pública a la vez elevada y compleja. Y es probable que por primera vez la sociedad volviese hacía ellos los ojos, forzada por las circunstancias.” España Invertebrada. No puede ser más desdichada la posición del escritor en la sociedad española de lo que es, se le exigen todas las virtudes y, encima de ellas, ese don maravilloso, delicadísimo, que es el talento. En cambio no se le concede nada. Ahora bien, el autor tampoco cree que la posición idónea sea la contraria, como la posición que se le otorga en Francia. De hecho, un intelectual de profunda y auténtica vocación repugnará siempre ese exceso de sobo colectivo, ese amanerado culto que le rinde el contorno y amenaza con cegar el manantial de su espontaneidad, y reblandecer el rigor de su interna disciplina. Conviene que el intelectual no crea demasiado en sí mismo, porque la inteligencia es siempre problemática, porque nunca se sabe ciertamente si se tiene o no se tiene, lo más que se puede asegurar es que se ha tenido hace un momento, pero poco más. Ortega concluye el texto afirmando lo siguiente: “El hombre inteligente ve constantemente a sus pies abierto e insondable el abismo de la estulticia. Por eso es inteligente: lo ve y retiene su pie cautelosamente.” España Invertebrada.

Próximo post: Apéndices III. El poder social. Artículo V: [El dinero].





[1] Para una correcta comprensión del sentido en que Ortega y Gasset utiliza estos términos, léase la nota primera de la anterior entrada.
[2] Ortega afirma que: “Queda siempre, como no podía ser menos, otro género de influencia que se produce a la larga y difusamente. Por eso, si la desatención al escritor  va inspirada por el deseo de que sus ideas no penetren nunca en la masa social, fracasa en su propósito. A la postre, tarde y confusionariamente, acaba también en España el pueblo por pensar como los escritores. Pero ahora se trata de la influencia mediata, concreta y rápida que es normal en otras naciones.” España Invertebrada.
[3] Insolencia.

miércoles, 29 de mayo de 2013

Apéndices III. El poder social. Artículo III: [La profesión literaria].

Si en las dos anteriores entradas articuladas por el concepto de poder social, el análisis de Ortega concedía cierta presencia –en mayor medida en la primera- a la figura del político y al ejercicio de la política; en esta tercera entrada titulada  La profesión literaria” continúa con la mención al mismo, puesto que es de suma importancia subrayar qué tipo de relación existe entre el concepto de poder social y la figura del político. Ahora bien, la cuestión del enorme poder social del político en España, más que aclarar el fenómeno, lo enturbia. La influencia del poder social sobre los que ejercen el poder público, sobre los que mandan hoy o mañana puede hacer pensar que se trata de una reacción utilitaria mediante la cual el hombre medio procura halagar a quien puede favorecerle. Por ello Ortega, para evitar la confusión a la que da lugar una primera mirada al fenómeno,  analizará la cuestión desde una profesión totalmente opuesta, y que menos fuerza material  - ya sea de mando o de dinero- posee: EL ESCRITOR U HOMBRE DE CIENCIAS Y LETRAS.[1]
De acuerdo con el filósofo madrileño, el escritor como el político, es hombre público, lo cual no cabe ignorar. Además es una profesión que conlleva la notoriedad para quien la ejercita con medianas dotes. Por otra parte, su acción es puramente virtual, no puede esperarse de ella ningún beneficio terreno, en todo caso los beneficios que produzca la industria editorial, y que, no proceden directamente de la obra, sino de la actitud del público hacia ella. Por eso no es el escritor sino el editor quien obtiene un mayor rendimiento de ello. Ambas condiciones juntas dan un valor muy puro y característico a la reacción que en una u otra sociedad suscite el gremio literario. A continuación, el autor, para poder establecer una comparativa rigurosa con España e ilustrar como  una sociedad u otra responde ante el gremio literario –en el contexto europeo-, a modo de ejemplo, cita los casos de las tres naciones históricamente más importantes del viejo continente, a saber:
Primeramente, en Francia; el escritor tiene mucho poder social, más que el político si se descuenta la cantidad de poder propio que el oficio de gobernar incluye -ya que con el gobernante hay que contar, puesto que interviene en la existencia de cada ciudadano-; y ese poder social no se origina en una imposición, sino que es una generosa reacción de la sociedad. Es decir, en Francia la sociedad descarga simbólicamente sobre el escritor -no sobre la persona individual que es-  el inmenso don de su poder, y su actitud hacia las eminencias es siempre excepcional. Pone a su servicio todos los resortes de la máquina pública. EL POLÍTICO TEME ALLÍ AL PLUMÍFERO, porque sabe que éste maneja una fuerza considerable, fuerza que no es su pluma, sino la atención social a él dedicada. Se trata de un poder añadido por la sociedad al poder efectivo de la obra hasta tal punto, que ni siquiera está en proporción con la popularidad de la obra.  Incluso autores que exigen del lector dotes que excluyen a la mayoría, gozan de una gigantesca posición.
En cambio, y por otro lado, en Inglaterra; la sociedad, como masa, se ocupa poco del literato y del hombre de ciencia que gozan de escasísimo poder social. Ahora bien, eso no significa defecto. ¿Por qué? Porque en Inglaterra no hay “la  sociedad”  -tal y como se concibe en el continente-, sino más bien hay una articulación de muchas sociedades –parciales-, cada una de las cuales lleva una existencia relativamente independiente pero que están en permanente contacto y fusión. Ortega los llama “círculos sociales”  -en este punto no debemos confundir con grupos o partidos, ya que éstos tienen unos límites muy perfilados-. Por tanto, el filósofo madrileño piensa que, en un país como Inglaterra dónde la gente no se preocupa ni por la literatura ni por la ciencia, existe un “CÍRCULO” de aficionados más vario y atento que en ningún pueblo  -excepto Francia-. Ni la literatura ni la ciencia son productos nacionales -como lo son para Francia la literatura y para Alemania la ciencia-, pero el científico y el escritor gozan en la esfera de sus círculos de una posición saludable que, ciertamente, no puede llamarse poder social, pero tampoco significa lo contrario.
Y por último, en Alemania, el puesto que en Francia ocupa el literato, lo ocupa el científico. Es una nación interesada enteramente por la producción científica, independientemente del oficio y clase, saben que es la gloria y fuerza de Alemania. Ahora bien, el literato vive en calidad de hermano menor, su posición es subalterna. Es que, y de acuerdo con Ortega, en la actualidad -principios siglo XX- en Alemania se tiene la secreta convicción que la literatura alemana tiene escaso valor, no como en la época de Goethe[2](1749-1832), que gozó de un gran poder social. No obstante, para el filósofo madrileño, la posición del literato en Alemania es similar a la de Francia con respecto al poder social, con la salvedad de que, en la actualidad, carecen de figuras realmente relevantes. Es más, y a diferencia de Francia: sólo en Alemania el hombre de ciencia siente un profundo respeto hacia las figuras literarias del pretérito.
¿Y en España? ¿Qué acontece con el escritor en España?
En este punto, y antes de responder a la pregunta, cabe recordar al lector que Ortega, llama poder social a la influencia que un oficio o persona tiene más allá de la que estrictamente se origina en su acción propia. Ahora bien, subrayada la cuestión: ¿Cuál es la influencia directa que el escritor ejerce en España? De acuerdo con el autor, no hay ninguna nación entre las civilizadas, menos dócil al influjo intelectual que España. Con ligeras modificaciones en una u otra época, puede decirse que nunca ha atendido al escritor. “La vida de la España moderna representa el original ensayo de sostenerse una raza europea y afrontar el destino histórico sin dejar intervención al pensamiento”. España Invertebrada. El filósofo madrileño considera que, el buen español medio, seguirá perdurablemente considerando la inteligencia como la quinta rueda del carro  -y considérese aquí que, a Ortega no le vale, por falaz, el popular argumento contra esta afirmación consistente en sostener que sí se estima la inteligencia, cuando realmente no se presta oídos a los intelectuales; o también argumentos del tipo: que éste don no es exclusivo de ellos –los intelectuales- , sino que es un bien común de otras clases sociales…-. De hecho  afirma que: “Vale más no intentar el aforo del nivel intelectual que poseen en España –al menos en la de hoy- las clases no intelectuales. Afortunadamente, tampoco es necesario.” España Invertebrada.
 Está claro que la inteligencia no es una virtud exclusiva del gremio intelectual, pero es grotesco que un país presuma poseer la dosis imprescindible de inteligencia cuando al mismo tiempo se jacta de desatender la obra y persona de los escritores –con “escritores” Ortega no sólo se refiere a los literatos, sino también a científicos, intelectuales…-. Es más, el hecho se presenta con tal constancia, que ya no reparamos en él y toma aire de ley natural a la cual es ridículo poner objeciones. La idea de que en España un libro influya directa o inmediatamente en la vida pública o privada de los españoles es tan inverosímil que no concebimos la posibilidad de suceso semejante en ningún otro país, cuando fuera del nuestro acontece cotidianamente.
De hecho, el filósofo madrileño afirma irónicamente:” No es cosa de investigar ahora las causas de esta inmunización para el alfabeto que gozamos los españoles” España Invertebrada. Y la explicación de ello, como sucede con otras peculiaridades ibéricas, se suele buscar en la herencia arábiga, lo cual supone, en consideración del autor,  un grave error. Los árabes han sido los mayores entusiastas del libro. Ahora bien, esta carencia de influjo sobre su contorno social proporciona al escritor español unas ventajas que no ha sabido aprovechar. Cuando se cree que lo escrito va a tener consecuencias reales, el escritor honrado se siente cohibido en su libertad espiritual. Pensamientos que teóricamente son importantes y certeros pueden causar daños prácticos. Pero el escritor español ha podido entregarse a las exclusivas exigencias de su oficio sin temor a ser nocivo, ha podido ser puramente veraz. Pero esta ventaja va de la mano de otro grave peligro: la falta de repercusión en el público, cuando es permanente y completa, da al oficio un carácter espectral. Es decir, lo distintivo de la realidad es producir efectos, pero cuando éstos faltan, llega la persona a perder la noción de su propia actividad. Flota en el vacío sin presiones exteriores que definan sus límites. Si no tiene en sí mismo un fortísimo regulador acabará por creer que lo mismo da decir una cosa que otra, puesto que ambas producen resultados nulos. De ahí que Ortega concluya: “En suma: la desantención pública desmoraliza al escritor, induciéndole sin remisión a la irresponsabilidad…” España Invertebrada.

Próximo post: Apéndices III. El poder social. Artículo IV: Un poder social negativo.




[1] Con “Escritor” y más adelante “Intelectual”, Ortega se refiere a todo aquel hombre de ciencias y/o letras que ejercita el pensamiento como profesión, lo que implica evidentemente la escritura como medio de expresión y difusión. Ortega utiliza pues, el término “escritor”, en un sentido amplio, por lo que su referente no se reduce única, exclusiva y estrictamente al “escritor literario”.
[2] Johann Wolfgang von Goethe; fue un escritor, artista y político alemán. Su trabajo incluye la épica y poesía lírica escrita en una variedad de metros y estilos, la prosa y dramas en verso, memorias, una autobiografía literaria y la crítica estética. Por otro lado, tratados sobre botánica y anatomía y cuatro novelas. Además, numerosos fragmentos literarios y científicos, y se conservan más de 10.000 cartas escritas por él, al igual que cerca de 3.000 dibujos.

martes, 21 de mayo de 2013

Apéndices III: El poder social. Artículo II. [La Iglesia].

Comenzaremos el presente post  incidiendo de nuevo en que, los cinco textos que componen el apéndice tercero: “El poder social. [El caso de España]”, están vertebrados todos ellos por  el mencionado concepto de “Poder Social”. Por tanto, y de acuerdo con Ortega, para realizar con rigor la topografía del poder social en España y su reparto entre las clases y oficios, tropezamos con un caso de difícil apreciación, tal y como subrayamos en la anterior entrada: LA IGLESIA, EL CLERO. Es decir, es muy difícil contra las opiniones comunes, evaluar la fuerza efectiva de la Iglesia en este país. El filósofo madrileño considera que las causas son muchas y variadas, pero la primera de todas reside en nuestra ignorancia del efectivo papel que la iglesia juega en la dinámica española. La mayoría de españoles tenemos opiniones toscas y patéticas, ideas de sacristía y de casino radical sobre la cuestión.
No obstante, y de acuerdo con Ortega habría que distinguir dos cuestiones que se antojan importantes para afrontar esta problemática: Por un lado, y en primer lugar, como en una serie de círculos concéntricos, hay que percatarse de la cuantía del influjo religioso, del influjo católico y del influjo clerical. Y por otro lado, en segundo lugar, después de reconocer la gran importancia del influjo clerical, habría que preguntarse si toda fuerza que el clericalismo usufructúa en España es propia suya, o proviene  -y no en escasa medida- de su intervención constante en los actos del “Poder Público”  - tal y como indicamos en el anterior post,  no olvide el lector que,  por el mero hecho de tener su mano en los resortes del poder público se duplicaba el influjo de un partido-.
Sin embargo la pregunta que cabe hacerse aquí es la siguiente: ¿Cuál ha sido la relación precisa entre clericalismo y poder público durante los últimos cincuenta años? Es evidente que el clericalismo ha regulado en España siempre la gobernación, pero al mismo tiempo, es un hecho que la legislación ha sido inequívocamente liberal. Ahora bien, ¿Cómo se compaginan las dos cosas? ¿Si el clericalismo tiene el enorme poder que se le atribuye, cómo ha soportado esa legislación liberal? Es más, es un hecho que el clero nunca ha dejado de la mano al poder público y la mera posibilidad de alejarse de él le aterra. La hipótesis que aduce Ortega y Gasset al respecto, es que el clericalismo tiene mucha menos fuerza auténtica de la que se le atribuye y, por lo mismo, falto de confianza en su propio influjo sobre la sociedad recurre al poder público a fin de poder multiplicarla aparentemente. Por su parte el “Poder Público”, por motivos que el filósofo madrileño no menciona, acepta gustosamente esa tutela. Es decir: “…el clericalismo careciendo de fuerza suficiente para sostener las instituciones, viene con él  a un acuerdo tácito, según el cual se establece cierta dosis de legislación liberal, determinada de una vez para siempre, carne que se echa a las fieras, y se organiza al mismo tiempo la resistencia desde arriba a toda posible ampliación y progreso de ese régimen libre” .España Invertebrada.
El autor advierte que si ha subrayado esta cuestión no es porque sea el aspecto más sustantivo del problema, sino porque aquí se ve claramente la contradicción. Por tanto, el poder social de la Iglesia en España no tiene tanta magnitud como habríamos pensado. Aunque bien es cierto que sí tuvo en su día cierto poder social. Sin embargo y matizando algo más la cuestión, el clero influye mucho en la vida española; mientras el cura, incluso el alto dignatario eclesiástico “pintan” poco en nuestra convivencia social. Esto es, el sacerdote, el fraile y el obispo gozan de brillante situación dentro del grupo clerical, por tanto piensa Ortega, tienen gran poder de grupo, pero no social. Sus predicamentos están taxativamente limitados por los ámbitos de un partido, por lo que fuera de su ámbito, en la sociedad nacional, tienen escaso papel.
Esta desproporción entre lo mucho que son dentro del grupo beato y lo poco que son puestos a la intemperie plantea a los obispos una insospechada dificultad: la dificultad de los gestos. Ello significa que los sacerdotes necesitan para ser discretos de dos repertorios de gestos. Porque cuando por azar se filtran gestos de episcopia más allá de su territorio y caen sobre el gran público, la reacción de éste, es decir, su sorpresa y extrañeza miden exactamente la diferencia que hay entre el poder del grupo y el poder social. En cambio un político puede hacer los “gestos” que quiera, porque como individuo, nos podrá parecer un mentecato o no, pero no nos extraña, no nos sorprende su aire de “personaje”.  De hecho así lo expresar Ortega: “Porque, en efecto, queramos o no, el político es en España un personaje y hasta puede decirse que no hay entre nosotros otro modo normal de ser personaje que ser político. (Ya veremos las deplorables y múltiples consecuencias que esto trae).” España Invertebrada. Además, el filósofo madrileño considera que, si nos fijamos, la prensa no habla del sacerdote, del fraile o del obispo -sin que signifique ello que está en contra del clero-  más que cuando ejecutan actos políticos.
En definitiva, el filósofo madrileño finaliza el texto subrayando que ésta, su opinión, no le convierte en un anticlerical –advierte especialmente al lector anticlerical para evitar interpretaciones equívocas- y estima que es prescripción elemental del oficio de escritor no prestar servicio a ningún partido y evitar el apoyo inmundo de todos ellos -lo inmundo no es el partido, sino su apoyo al escritor-. El escritor tiene que vivir en el aire, sin apoyos. Hay que dejarlo en la limpieza y humildad de su oficio: mira en torno al mundo, oye lo que dicta el hecho, nada más. Esta consideración llevará a Ortega a plantearse la cuestión del poder social del escritor, cuestión que abordará en el siguiente artículo.

Próximo post: Apéndices III: El Poder Social. Artículo III: [La profesión literaria].

lunes, 13 de mayo de 2013

España Invertebrada. Apéndices III. El poder social: Artículo I [El político].

Con este post titulado “El Político”, iniciamos una serie de cinco entradas que se corresponden con los artículos que constituyen el presente apéndice denominado por Ortega: “El poder Social. [El caso de España]”. Los cinco textos que componen este “tercer” apéndice, están articulados por el concepto de “Poder Social”[1] –prestigio social-,  y versan sobre una serie de temas que a priori, pueden parecer alejados de los problemas tratados en “España Invertebrada”, cuando en realidad no es ese el caso, sino que tratan cuestiones que, aunque accesorias, no son por ello menos importantes en relación con el núcleo esencial expuesto en la obra. En lo que sigue, y a modo de índice, subrayamos el contenido de las distintas partes: El autor dedica el primer escrito a la figura del político, el segundo texto a la institución de la iglesia; en el tercero pone su mirada en la profesión literaria, mientras que en el cuarto hace especial hincapié en el análisis del concepto de poder social en el caso particular de España; y por último, en el quinto artículo, aborda la institución del dinero.  Al igual que ocurre con el apéndice anterior, e independientemente de la relación mantenida con el conjunto de la obra, consideramos que el enfoque que el filósofo madrileño aporta a estas cuestiones, hace que gocen de un elevadísimo interés.
Ortega comienza el presente apartado exponiendo un ejemplo muy ilustrativo: “Un hombre de negocios crea una industria; el ingenioso producto de ella encuentra compradores, y el industrial se enriquece. El pintor que pinta un buen cuadro suscita en los aficionados al arte simpatía y admiración. El escritor que logra dotar a su prosa de amenidad, evidencia, sutileza, atrae para ella un círculo de lectores que, agradecidos, le dedican su estimación. En estos tres casos vemos que la acción de un hombre –industria, cuadro, obra literaria- produciendo ciertos efectos en su contorno social. Si a la capacidad de producir efectos llamamos poder, diremos que estos tres hombres poseen determinado poder. Hasta aquí nada reclama atención especial. Es natural que una acción produzca resultados proporcionados.” España Invertebrada. A este planteamiento, a continuación, Ortega añade: “Pero si comparamos dos escritores, uno de ellos de actitud independiente y otro ligado a una inspiración partidista, notamos que el mismo esfuerzo realizado trae consigo efectos totalmente diferentes. A la estimación proporcionada que a la obra de uno y de otro se corresponde, se agrega en el caso del escritor partidista una resonancia y eficacia que le falta a la del otro”. España Invertebrada.  
Ortega y Gasset a raíz del ejemplo expuesto, considera, que eso supone que el partido y/o su entorno toma la obra de su escritor y, propagándola, comentándola, enalteciéndola, aumenta enormemente sus efectos sociales; por tanto su poder. De acuerdo con el autor, ello nos obliga a distinguir entre el poder propio de una acción  -y reflejamente, de la persona que la ejecuta-  y el poder añadido que el grupo le proporciona. Por tanto, este poder añadido por el grupo al poder propio de la persona es una reacción utilitaria movida por los intereses del grupo. Es por ello, por lo que también es un poder limitado, circunscrito al grupo y al radio de sus interesados. A veces el favor y aumento que ofrece a la persona resta a ésta poder propio. Pero no sólo el grupo, sino que el círculo particular de la sociedad añade poder a la persona, esto  es, en ocasiones el poder añadido a la persona procede de la sociedad entera; entonces éste es limitado y automático. Por tanto, dondequiera que la persona favorecida aparezca se producirán efectos sociales, es decir, cada palabra y cada gesto suyo tendrán sorprendente resonancia. Si se analizan casos, siempre se advertirá con sorpresa, la desproporción entre su poder propio y el que le llega gratuitamente de la atención colectiva.  A todo ese conjunto de síntomas Ortega lo llama “Poder social”.
Ahora bien, ¿Quién tiene y quién no tiene poder social? De acuerdo con Ortega hay oficios a los cuales va -con aproximada normalidad-  adscrita cierta dosis de poder social. Como por ejemplo en España, EL HOMBRE POLÍTICO –medio- que ha sido gobernante o está en propincuidad de serlo, goza de un enorme poder social: “Cualquier mequetrefe que durante veinticuatro horas ha asentado sus nalgas en una poltrona ministerial queda para el resto de su vida como socialmente consagrado” España Invertebrada. Todos los resortes específicamente sociales funcionan en su beneficio, aunque sus dotes individuales sean escasas o inexistentes. El filósofo madrileño piensa que este poder social existe y funciona, aunque individualmente no queramos reconocerlo, y de hecho, así lo expresa: “Por esto es social ese poder: su realidad no depende de la anuencia libre que cada individuo quiera prestarle, sino que se impone al albedrío particular.  Rige inexorable la paradoja de que, siendo la sociedad una suma de individuos, lo que de ella emana no depende de éstos, sino que al revés, los tiraniza.” España Invertebrada.
Con respecto al poder social anejo al político, tal y como comenta el autor, también cabe decir que, en rigor, el oficio de gobernar es una función poco más o menos tan limitada y circunscrita como cualquier otra. No hay una razón clara para que a un hombre político se le rindan todos los resortes sociales, que son, en su mayor parte, independientes del Estado. Y la prueba de que hay un nexo esencial entre el oficio de político y el poder social está en el hecho de que la dosis de éste concedida al político varía según las naciones. Para el filósofo madrileño, no existe en Europa -excepto los Balcánicos- otros países dónde el político disfrute de poder igual que España. “He aquí un buen ejemplo de las cosas raras que abundan en la vida española y que un extranjero curioso no logra nunca explicarse. Pues el razonamiento que en vía recta inspira este hecho sólo puede ser el siguiente: si el hombre político goza en España de máximo poder social será porque es el español  un pueblo eminentemente político, preocupado por los asuntos de gobierno, atento y activo en ellos. Todos sabemos que esta consecuencia lógica no puede ser más falsa. El pueblo español actúa políticamente mucho menos que cualquiera de los otros pueblos europeos”. España Invertebrada. Alemania o Francia por ejemplo, son países eminentemente políticos sin que sus representantes gocen de tan elevado "prestigio" social; sin embargo en nuestro país, el hombre político medio goza de un sorprendente y enorme poder social, mucho mayor que el de esas otras naciones mencionadas.
El poder social es una de las mayores fuerzas que integran la organización dinámica de un pueblo. Hay que tener en cuenta la fabulosa multiplicación de la  influencia personal que él proporciona. Un pueblo es, a la postre, lo que sea el tipo de hombres favorecidos por esa mágica energía. Esto es, no vale de nada que en una nación existan muchos genios y hombres de gran poder propio, ya que, por sí solos no podrán influir en gran medida en toda una nación. “…es menester que la masa preste a esos hombres la fuerza gigante del poder social que en su vasto cuerpo anónimo reside.” España Invertebrada. Por tanto, ese exceso de poder social que en España goza el político o gobernante constituye un enigma que luego se convierte en una clave luminosa, piensa el filósofo madrileño. Es decir, que la diferencia entre otras naciones europeas y España con respecto a ello, reside en que en esas otras naciones más políticas que la nuestra, se concede gran poder social a muchos otros oficios y clases de hombres, por lo que el político por muy favorecido que se halle, tiene que competir con ellos y pierde el rasgo desmesurado de poder social que sí hay en España. Es por ello, por lo que el hombre político español posee más fuerza social que el francés o el alemán, porque la ausencia de otras fuerzas parejas hace que quede monstruosamente destacado. Sin embargo, y teniendo en cuenta la cuestión anteriormente planteada, Ortega y Gasset finaliza el artículo considerando que también es totalmente pertinente, hacernos la siguiente pregunta: ¿Por qué en nuestra tierra el cura y sobre todo el alto clero no han tenido o no han usufructuado un gran poder social?Porque aunque lo parezca, no ha sido así, o no ha sido en la gran medida del político. El autor considera que analizando el matiz de los hechos en este punto, se descubre un secreto de la dinámica nacional española que se desvela en el siguiente artículo.

Proximo post: Apéndices III: El poder social [El caso de España]. Artículo II [La Iglesia].




[1] [Esta serie de cinco artículos se publicó en el diario El Sol los días 9, 23,y 30 de octubre, y 6 y 20 de noviembre de 1927].